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IDENTIDAD EN COMUNICACION

El «diario de Irigoyen» en tiempos de elecciones: la peligrosa burbuja de los actores políticos

  Editorial por Mabel Lema

En plena era de la sobreinformación, uno de los riesgos más graves para quienes ejercen responsabilidades de gobierno  o aspiran a ello, no es la falta de datos, sino el exceso de filtros.

El fenómeno conocido como el «Diario de Irigoyen» —esa metáfora ya célebre que alude al entorno del presidente Hipólito Yrigoyen, quien sólo leía un diario ficticio con noticias favorables creado por sus colaboradores— sigue más vigente que nunca. Y quizás, hoy más que nunca, es un riesgo que amenaza con distorsionar la realidad, especialmente en los municipios del interior del país, donde la proximidad entre el poder y la comunidad puede volverse un arma de doble filo.

Estamos en año electoral. Las calles, los medios y las redes comienzan a oler a campaña. En este escenario, hay funcionarios que optan por blindarse. No solo del conflicto, del reclamo o de la crítica, sino —y aquí lo más preocupante— de la verdad. Lo hacen, muchas veces, sin saberlo, rodeados de colaboradores que les aseguran que todo está bien, que la gente los quiere, que los proyectos avanzan, que los errores son ajenos, y que los cuestionamientos son parte de una conspiración o producto de la mala fe.

El «diario de Irigoyen» moderno no es de papel: es un grupo de WhatsApp,  una publicacón de encuestas adulteradas ,un informe manipulado, una selección conveniente de posteos, una reunión filtrada, una entrevista pautada , o incluso un community manager que cree que el silencio digital de las críticas es más importante que el análisis de lo que se dice en la calle.

La burbuja que aísla al poder

Cuando un intendente, un legislador o un candidato empieza a vivir solo de lo que le cuentan sus asesores, el riesgo no es solo la pérdida de conexión con la ciudadanía. El riesgo es tomar malas decisiones. Es creer que se gobierna con éxito cuando hay demandas sin respuesta. Es repetir errores que ya la gente no tolera. Es subestimar el descontento que, por más que no se publique en la página oficial, crece como un rumor imparable en los grupos barriales o en las esquinas de cualquier pueblo.

El poder, cuando se encierra en una burbuja, empieza a pensar que lo real es lo que se le dice y no lo que efectivamente ocurre. Y cuando eso pasa, el resultado es el descrédito, la pérdida de autoridad simbólica, la distancia emocional con el electorado y, en muchos casos, la derrota en las urnas.

La función de la comunicación: conectar, no ocultar

El rol de quienes trabajamos en comunicación política no debería ser nunca el de generar realidades paralelas. La comunicación no es maquillaje: es puente. Y en tiempos donde las palabras se utilizan con sospecha, construir puentes entre lo que se hace y lo que se percibe es más necesario que nunca. Decirle a un intendente lo que quiere escuchar es fácil. Decirle lo que necesita saber, aunque duela, es el verdadero acto de lealtad profesional.

Este año electoral será, como todos, una oportunidad. Para los líderes políticos, de reevaluar su cercanía con la gente y su lectura del territorio. Para los equipos de comunicación, de revisar si están construyendo una imagen o sosteniendo una mentira. Y para la ciudadanía, de afinar la mirada y no dejarse llevar por narrativas cuidadas que, muchas veces, no tienen nada que ver con lo que se vive en carne propia.

Porque en democracia, la única burbuja peligrosa no es la económica: es la del ego. Y si el diario de Irigoyen sigue dictando la agenda, el final ya lo conocemos.

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