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Causalidad o no, el reencuentro fue a metros del lugar en el que Alberto imaginó su acceso al poder mientras paseaba a Dylan. En el hotel Faena de Puerto Madero almorzaron el jueves Mauricio Macri, uno que se fue y duda en reincidir, y Horacio Rodríguez Larreta, uno que construye con paciencia su ilusión presidencial.
El ex presidente ingeniero venía de su autoexilio en Villa La Angostura y el jefe de Gobierno economista de instalar los primeros pilotes para darle cimiento a su proyecto. Ni el menú que compartieron durante dos horas dejaron trascender, pero al menos se conoció el resultado: el fundador del PRO seguirá monitoreando la actividad opositora sin meterse en la agenda diaria, pero azuzando a darle pelea a Alberto, y el macrista que quedó con mayor responsabilidad de gestión tendrá camino libre para tejer, sin asustar al poder establecido.
Hasta que el año próximo se crucen los intereses de uno y otro para el armado de las listas legislativas.
El tejido de Larreta tiene sus particularidades. Se basa en las consignas de la unidad, el bajo perfil y el secretismo, tal como admiten varios de sus colaboradores. De esos tres ejes, aseguran, el central es la preservación de Juntos por el Cambio. De allí que la misión inicial que le dio al trío de armadores consistió en la contención de los sectores que amagaban pegar el portazo o se resistían a coordinar la estrategia frente al albertismo.
Así fue como el ministro de Gobierno porteño, Bruno Screnci Silva, le dio cobijo como su segundo a Mauricio Colello, un hombre de Rogelio Frigerio, y Fernando Starface, quien funge de secretario general en la sede de Parque Patricios, adoptó a otro frigerista, Lucas Delfino. En tanto que el secretario de Ambiente, Eduardo Macchiavelli, fue enviado como secretario del PRO nacional a negociar en inferioridad de condiciones con el macrismo duro que controla el partido a través de Patricia Bullrich.
Screnci, Starface y Macchiavelli conforman la mesa Larreta 2023 que funciona en la futurista sede de la calle Uspallata. Con el alcalde y su vice, Diego Santilli, como miembros honoríficos. De allí surgen los planes para conectar al jefe porteño con los referentes del propio macrismo enfrentados entre sí. Y para tender puentes con los aliados de la UCR y la Coalición Cívica que también suelen protagonizar conflictos propios del reacomodamiento poselectoral.
En ese contexto, el larretismo se jacta de haber sido el que más aportó a la continuidad de Emilio Monzó en el espacio. El fruto fue la nominación de su ex mano derecha en el Congreso, Nicolás Massot, en el directorio del Banco Ciudad.
Al frente de esa estratégica entidad quedará Guillermo Laje, primo de Martín Lousteau. El senador radical participa de las reuniones del Gabinete porteño, al igual que el jefe nacional de la Coalición Cívica, Maximiliano Ferraro, y el mandamás del socialismo distrital, Roy Cortina. Larreta no fue tan generoso en la primera gestión.
A todo esto, el equipo de Larreta le suma el entendimiento con los enemigos históricos de Monzó en el PRO bonaerense, María Eugenia Vidal y Jorge Macri. Y con los radicales que viven forcejeando casi por tradición: el mendocino Alfredo Cornejo, el jujeño Gerardo Morales y el cordobés Mario Negri.
Para sumar a su proyecto, el jefe porteño anduvo el verano por Mendoza y Mar del Plata, mandó a funcionarios a juntar voluntades a otros sitios y recibió en su despacho a intendentes opositores de Córdoba, Corrientes y Buenos Aires.
Tres son también los argumentos que esgrimen los muchachos larretistas para justificar la proyección nacional. Uno: Larreta ganó la reelección por goleada y no puede tener otro mandato en la Ciudad. Dos: fue el que mejor parado salió de lo que consideran un “tsunami electoral”. Tres: a Macri le reconocen el aporte del 40% que sumó con la remontada de octubre, pero lo consideran más cerca de un protocolar ex presidente que de un candidato en potencia.
Ahora bien, al pintar al jefe porteño como un fanático del dialoguismo -tal vez como antídoto a su admitida falta de carisma-, su equipo advierte sobre el riesgo de salir a buscar el liderazgo de la oposición antes de tiempo. Saben que en ese momento comenzarán a desvanecerse algunas alianzas.
A saber: Lousteau es un socio imprescindible en la Ciudad, pero algunos de sus promotores quieren impulsarlo como candidato presidencial para una eventual interna opositora dentro de tres años. Otros creen que el ex ministro de Economía K debería asegurarse la candidatura a la sucesión en la Capital, a la espera de mejores vientos en el escenario nacional en 2027.
De aceptar esa vía, a Lousteau le convendría pegarse al proyecto de Larreta, por lo que chocaría con el de su correligionario Cornejo, que busca a toda costa levantar su nivel de conocimiento a fin de dar la pelea presidencial en él próximo turno. Larreta, Lousteau y Cornejo son por estas horas aliados en la estrategia de mantener a Juntos por el Cambio como un bloque opositor, bajo la condición de evitar que Macri tome por asalto liderazgo que venía reclamando antes de su viaje al Sur.
Es así que el perfil bajo y el secretismo son necesarios tanto para aplazar el estallido de la interna como para gambetear los amagues del Presidente de asestarle los primeros golpes a la gestión de un adversario para un eventual intento de reelección.
Con todo, el anuncio de una inminente baja en la coparticipación porteña fue tomado en el larretismo con una doble lectura.
En sentido plano, significaría apretarle más el cinturón al electorado porteño para poder compensar la reducción presupuestaria.
De modo indirecto, podría resultarle funcional al jefe porteño: se convertiría en referente de la oposición por elección del enemigo más que por una decisión voluntaria que algún socio malvado podría juzgar de sobreactuación. En ese marco, Larreta tiene planeado llevarle una opción a Alberto por la problemática del tren Sarmiento: dejar de lado el costoso soterramiento y asociarse en el financiamiento de un viaducto de ejecución más rápida y económica.
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