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Los aumentos de precios, en especial en el rubro alimentos, siguen castigando el presupuesto de los hogares. La inercia inflacionaria
del período macrista es una de las fuentes de esos ajustes, pero también la decisión de formadores de precios de empezar a recuperar sus abultados márgenes de ganancias.
Estas semanas de subas se concretaron con la paridad oficial sin cambios y con las tarifas congeladas por seis meses. El giro de recursos de emergencia hacia la base de la pirámide social logró frenar la caída de la capacidad de compra de las mayorías, pero esos movimientos de precios están poniendo tensión en la incipiente política de ingresos del gobierno de Alberto Fernández.
Sectores medios y medios bajos que no recibieron el aporte extraordinario, jubilados por encima de 19 mil pesos y trabajadores del sector informal, están en una situación compleja porque sus presupuestos siguen crujiendo.
Si bien el congelamiento de tarifas de servicios públicos frenó un frente de agresión a sus ingresos, los aumentos de precios en alimentos, entre los que se destacaron por encima del 30 por ciento aceites, harinas, azúcar y yerba, son golpes duros al poder adquisitivo.
Record
Desde la década del ’50, las reiteradas experiencias inflacionarias y de hiperinflaciones, de Raúl Alfonsín en 1989 y de Carlos Menem en 1990, deberían haber convertido a los economistas argentinos en expertos mundiales. No sucedió.
O lo que no sucede es la posibilidad de alcanzar consensos mínimos alejados del fundamentalismo para abordar la cuestión inflacionaria.
La experiencia argentina muestra que han proliferado explicaciones y recetas con escasos éxitos y, cuando hubo alguno, de lapso breve. Hubo más fracasos que triunfos en el objetivo de estabilizar los precios, lo que contribuyó a ampliar la brecha entre la interpretación y la búsqueda de las causas de la inflación.
Con muchísimos años de inflación elevada y muy elevada, el caso argentino merece ser estudiado con sus características específicas. En años con tendencia al alza de la inflación en la economía mundial, la economía argentina registró fuertes subas de precios. En otros años, con un ciclo de tasas de inflación muy bajas, como el actual que ya es bastante extenso en el tiempo, el alza de los precios igual se mantuvo firme, ubicando al país en el podio de economías con más inflación en el mundo.
La variación de precios minorista en 2019 anotó un alza de 53,8 por ciento, la tercera más elevada del mundo, detrás de Venezuela, sumergida en un escenario de híper, y de Zimbabwe, con casi 162 por ciento. Llegó a estar arriba de Sudán, que registró un alza de 50 por ciento. De América Latina y el Caribe, sólo Haití contabilizó una inflación de dos dígitos, de 17,6 por ciento; el resto se ubicó en el dígito. La del año pasado fue la más elevada desde 1991.
La prolongación e intensidad de los aumentos de precios en la economía argentina es un fenómeno aislado a nivel mundial. En el periodo macrista, desde noviembre de 2015 a diciembre de 2019, la tasa de inflación promedio fue de 302,3 por ciento, según el Instituto Estadístico de los Trabajadores de la UMET
.
En esos años se aplicó una política fiscal y monetaria restrictiva, lo que debería haber frenado la inflación de acuerdo a lo que indica el manual de la ortodoxia. No fue lo que ocurrió.
Causas
Las explicaciones de las fuentes de la inflación, según diferentes corrientes del saber económico, se pueden resumir en los siguientes factores:
* La cuestión monetaria (emisión de dinero).
* El frente fiscal (gasto público).
* La evolución de los precios internacionales de la canasta de exportación argentina (materias primas de alimentos).
* El movimiento de los precios básicos de la economía (dólar, tarifas y salarios) que define la evolución del resto.
* La puja distributiva entre el capital (tasa de ganancia) y el trabajo (salario).
Es usual escuchar que la inflación es multicausal, lo que es cierto, pero lo que quedó en evidencia en los años del macrismo fue que las posiciones extremas del monetarismo y el fiscalismo quedaron descolocadas.
La ortodoxia siempre ofrece como receta las mismas medidas: contener los aumentos del salario de los trabajadores, limitar la emisión de dinero, reducir el gasto público y subir la tasa de interés.
La historia económica argentina enseña que esas medidas conducen indefectiblemente a un enfriamiento de la actividad, a brindar el escenario para ganancias elevadas del sector financiero, a impulsar un aumento de la pobreza y, finalmente, a convocar a una recesión. Este fue el saldo, una vez más, de la experiencia neoliberal del macrismo.
El tipo de inflación de países periféricos como la Argentina no es exclusivamente de origen monetario, sino fundamentalmente estructural y obedece, sobre todo, a rigideces y asimetrías de la economía, como el estrangulamiento en la balanza de pagos.
El intento de eliminar la inflación sin resolver esa cuestión estructural tiene resultados efímeros o conduce a la recesión. Esta corriente de análisis no identifica el problema sólo en la tasa de inflación, sino en un conjunto de otros aspectos, como la distribución del ingreso, las restricciones en el sector externo y en las cadenas productivas, la generación de tecnología propia y la acumulación de capital.
Canasta
El Indec informó que la canasta básica total
que reúne los bienes y servicios necesarios para no ser considerado pobre en términos de ingresos se ubicó en diciembre en 38.960 pesos para un hogar compuesto por dos adultos y dos menores.
Para evitar una situación de indigencia el cálculo de la cesta de alimentos fue de 15.584 pesos.
El monto de 38.960 pesos por mes necesario para no ser considerado pobre está por encima de la mediana (dato que divide en la mitad a la distribución) de los salarios brutos del sector privado, que alcanza a los 37.486 pesos por mes, según el registro del sistema previsional.
Esto implica que la mitad de los asalariados registrados no llega a cubrir con un único ingreso la canasta de pobreza de ese hogar tipo. La brecha es todavía mayor cuando la relación se hace con el salario neto.
Como se mencionó arriba, desde noviembre de 2015 la inflación promedio fue de 302,3 por ciento; es decir, los precios se cuadruplicaron en cuatro años. En tanto, la mediana de los salarios subió 237,5 por ciento. La relación de ambas cifras arroja que el poder adquisitivo de los trabajadores formales se derrumbó 16,1 por ciento.
El informe del Instituto Estadístico de los Trabajadores de la UMET explica que el rasgo que asumió la inflación en estos años fue su carácter regresivo, al afectar más intensamente a los asalariados de menores ingresos. Para el 10 por ciento de menores ingresos, la inflación acumulada durante el macrismo fue de 336,4 por ciento, mientras que para el 10 por ciento de mayores ingresos fue de 282,6 por ciento.
Esta diferencia se explica por el impacto diferenciador de la suba de los servicios públicos, que afectó relativamente más a los deciles de ingresos más bajos. En promedio, el salario real se encuentra de ese modo en los mismos niveles de 2008. Con el macrismo, el ingreso de los trabajadores retrocedió más de diez años.
Los aumentos por decreto lograrán frenar la constante pérdida registrada en los últimos cuatro años, pero de ese modo no habrá, por ahora, una recuperación sostenida. En 2019, retrocedió 2,7 por ciento, acumulando dos años en que el salario real se contrajo en términos interanuales en absolutamente todos los meses.
Otro dato a considerar es que la inflación de la canasta de consumo de los jubilados
aumentó más que el promedio general. En 2019, subió 55,1 por ciento de acuerdo a la estimación IET-UMET.
La compleja negociación de la deuda y las restricciones fiscales heredadas y la que ahora demandan acreedores privados y el FMI son potentes límites en estos meses. Pero superada esa instancia, las cifras de la canasta para no ser pobre y del salario real exigirán una política de ingresos más contundente para que no languidezcan las expectativas sociales de recuperación de la capacidad de compra de la mayoría de los trabajadores y jubilados.
Evitar el deterioro de esas expectativas de esos grupos sociales es clave para el Gobierno en la búsqueda de consolidar su legitimidad política en las urnas.
Consumo
En el Gobierno saben que el sendero para orientar la economía hacia un sendero de crecimiento sostenido es por el lado del consumo. Fortalecerlo, que implica que la masa global de salarios y jubilaciones aumenten por encima de la tasa de inflación, constituye una condición indispensable. Más aún cuando en 2019 el consumó descendió 8,8 por ciento interanual, de acuerdo a la estimación del Instituto de Trabajo y Economía-Fundación Germán Abdala
.
Ese desempeño del consumo es el peor desde 2002. El último reporte del ITE advierte que el panorama para el consumo en este año «luce complicado», ante una inflación que no cede mucho y un mercado de trabajo que sigue bajo fuertes tensiones.
El escenario es complicado porque sin una recuperación vigorosa del consumo será mucho más difícil empezar a superar la pesadísima herencia que ha dejado el macrismo.
Martillo
El ITE estima que el 2019 cerrará con una caída de la economía de 2,1 por ciento, dejando un arrastre para este año de -0,8 por ciento. Estos datos ubican a la economía argentina produciendo a los mismos niveles que en 2010.
Así dicho parece que la economía ha estado estancada en ese período, incluyendo años de la segunda parte del ciclo kirchnerista. Es el argumento preferido de la mayoría de los analistas conservadores y de no pocos del mundo de la heterodoxia. La idea es que el derrumbe macrista ha sido una continuidad del estancamiento kirchnerista.
No se requiere de mucho esfuerzo y honestidad intelectual para desarticular esa confusión. La economía argentina está en el mismo lugar que hace diez años y con una población mayor, o sea, con una brutal caída del Producto per cápita, exclusivamente por el desastre económico del macrismo.
Los economistas del ITE lo explican con rigurosidad. Si se divide ese período con relación a los mandatos presidenciales (el segundo de CFK y el de Macri), se observa que para 2015 la economía había crecido 7,2 por ciento respecto al 2010, con un alza acumulada del PIB per cápita de 2 por ciento punta a punta.
Con el gobierno de Cambiemos la actividad económica se derrumbó, al tiempo que la población continuó creciendo. Esto implica que en los últimos cuatro años se dilapidó todo el crecimiento de la primera mitad de esos diez años y, de ese modo, la economía retrocedió al punto de partida 2010, pero peor. El Producto per cápita es hoy 11,3 por ciento menor que en 2010, con un endeudamiento asfixiante y una frágil situación fiscal.
Romper la trampa que dejó el neoliberalismo es la compleja tarea que tiene el equipo económico de Fernández, y el martillo que tiene a mano para hacerlo, al menos en el corto plazo, es dinamizar el consumo popular. Para ello deberá reforzar su tímida política de ingresos.
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