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Con o sin cuarentena, más estricta o más flexible, el colapso de la economía es inevitable. Esta crisis no se elige ni fue provocada por la orientación de una política económica.
Es un shock externo inesperado provocado por un virus, lo que se denomina «cisne negro», que no discrimina entre países ricos y pobres, aperturistas y proteccionistas, de Estado de Bienestar o centralmente planificados y de economía de mercado.
Está arrasando a la economía global a una depresión, por velocidad y magnitud, superior a la del ’30 del siglo pasado precipitada por el crac de la Bolsa de Nueva York del ’29.
Quienes proponen el rápido reinicio de la actividad económica a partir de la necesidad social de recuperar la deseada normalidad pasada aseguran que la cuarentena generó la crisis. No es así. El coronavirus fue el que provocó la fulminante alteración del funcionamiento de la economía.
Motores
Como la pandemia todavía no se ha superado, la crisis económica seguirá presente, con cuarentena dura o blanda, con más o menos intensidad. No es una decisión voluntaria, sino que se impone por una crisis sanitaria global que continuará hasta que no haya una vacuna, un tratamiento médico efectivo o el debilitamiento del virus.
Los países están probando cómo volver a arrancar los motores de la economía y es un sendero que debe transitarse, pero ninguno encontró, por ahora, la receta adecuada. No se debería esperar que sean economistas tecnócratas quienes ofrezcan una porque, como se sabe, tienen un sesgo a la protección de trabajadores y de personas vulnerables cercano a cero.
Una rápida reapertura tiene riesgos puesto que el virus sigue presente y va poniendo límites a la ambición de que todo vuelva a ser como era.
En Corea del Sur por ejemplo reanudaron las clases y a los pocos días tuvieron que cerrar más de 200 escuelas afectadas por un nuevo brote. Acá, en Zárate, al otro día de la reapertura de la planta de Toyota, se detectó un operario con coronavirus asintomático. Días antes, por un contagio de Covid-19 el municipio de Escobar tuvo que cerrar en forma preventiva una empresa autopartista fabricante de mazos de cables Yazaki, proveedora de Toyota.
Esto no significa que no haya que ir probando opciones de cómo ir encendiendo los motores de la economía, pero el coronavirus va definiendo restricciones que exceden esa voluntad política cuando el objetivo prioritario es cuidar la salud de la población.
Tecnócratas
Los economistas tecnócratas saben resumir la vida toda en modelitos con ecuaciones y gráficos. Muestran con total desparpajo su tradicional soberbia dando consejos sobre lo que se tiene que hacer y poniendo siempre ejemplos de otros países.
En este caso, no sólo son patéticos y desinformados sino que son promotores de la bronca y angustia en una población muy castigada por el esfuerzo personal y económico de la cuarentena.
Pasaron del elogio a Corea del Sur, siguieron por Suecia, Chile, Uruguay y ahora ponderan la estrategia sanitaria de Israel.
Ocultan en cambio que la reacción argentina en materia sanitaria ha sido elogiada a nivel internacional por la Organización Mundial de la Salud, puesto que ha tenido un éxito relativo, con un saldo muy bueno en comparación con los países de la región y con gran parte del resto del mundo.
El argumento de que hay pocos muertos por coronavirus porque se testea poco es tan débil que provoca pudor tener que refutarlo, puesto que es tan evidente que no es así que ofende la inteligencia.
El nivel de testeo no define la cantidad de muertes. Hay pocas muertes en términos relativos porque hubo medidas preventivas oportunas con una cuarentena estricta definida en forma prematura.
La mayor cantidad de muertos por coronavirus no está relacionado con la magnitud de testeo, sino por la expansión de contagios por filtraciones en el aislamiento social y por deficiencias en el sistema de atención sanitaria.
El biólogo molecular Ernesto Resnik explica que «salir a testear en masa al azar es inútil y sólo es útil testear en masa donde aparece el virus», para agregar que «testear sin orden no tiene sentido. La única solución para bajar los casos a muy pocos, como hace China o Corea, es la cuarentena estricta».
Los economistas tecnócratas que ahora son también especialistas epidemiólogos son los mismos que en más de una oportunidad, a lo largo de las últimas décadas, demolieron las perspectivas de desarrollo nacional y, en los últimos cuatros años, además empezaron a desarticular el dispositivo científico local y hasta decidieron eliminar el Ministerio de Salud.
Protección
Para evitar malas interpretaciones que impiden analizar que se está transitando un evento inédito y, por lo tanto, sin recetas conocidas, resulta necesario aclarar lo obvio: muchos la están pasando muy mal porque la actividad económica se ha desmoronado.
El Estado tiene que dar entonces respuestas rápidas y eficientes a cada uno de ellos, desde comerciantes, profesionales liberales, trabajadores formales e informales, pequeñas y medianas empresas y cooperativas.
Si bien es amplia la red de contención que se diseñó en tiempo récord teniendo en cuenta que el macrismo desarticuló funciones básicas del Estado, el gobierno de Alberto Fernández debe atender situaciones urgentes escapando de obsesiones fiscalistas o monetaristas respecto a la expansión del gasto público o la emisión de pesos.
Ahora bien, que las medidas económicas de emergencia de protección social y paliativa de la crisis sean más o menos efectivas no deben distraer acerca de que la política sanitaria, o sea la cuarentena, no definirá la situación económica general.
Existen ganadores económicos de la pandemia pero gran parte del sistema económico ha colapsado. El debate relevante a partir de alcanzar el consenso de que la Covid-19 –y no la cuarentena- fue la que provocó la crisis pasa por avanzar en si el derrumbe económico no está siendo más brutal por la fragilidad financiera y económica de la actual fase de la globalización neoliberal.
La forma en que se ha desplegado la globalización neoliberal, con la financierización dominante y la deslocalización de la producción, explica la velocidad del desmoronamiento de la producción global por la pandemia.
Deslocalización
La impresionante rapidez del derrape de la economía global tiene uno de sus orígenes en la deslocalización de la producción.
La caída de una pieza fundamental del rompecabezas de la cadena de producción derribó la estructura de funcionamiento del capitalismo global.
El coronavirus empezó en China, base de la producción de muchas de las partes, insumos intermedios y bienes finales. Al derrumbarse la actividad en esa base de la producción mundial rápidamente afectó al resto y también rápidamente se esparció el virus, afectando la economía global.
Juan Pérez Ventura escribió en el blog «El nuevo orden mundial en el S.XXI» que las multinacionales para mejorar sus ingresos, o sea para amortiguar la tendencia decreciente de la tasa de ganancia, han buscado disminuir sus gastos en procesos de deslocalización de la producción.
En las últimas dos décadas, cadenas de producción han trasladado tareas o funciones de menos calificación a países con mano de obra más barata. El caso de la fabricación de autos es emblemático de ese proceso: el diseño de la unidad se realiza en la casa central, mientras que la producción de distintas partes se realiza en plantas ubicadas en Asia, Latinoamérica o África.
Cuando ese engranaje de la producción mundial se interrumpe por la aparición de un virus de rápido contagio, el sistema económico global cruje. Es lo que sucedió con el coronavirus.
Anticuarentena
Ese es uno de los motivos –no el único- para que el derrumbe sea parejo en los países, con fuerte retroceso de la producción, concentración del consumo en bienes esenciales y depresión en el resto, aumento del desempleo y expansión de la pobreza monetaria.
Las estadísticas que reflejan esas dramáticas consecuencias son tan contundentes que sólo se debe especular con intereses inconfesables de la militancia anticuarentena.
La cantidad de disparates que se difunden sobre la situación económica y la pandemia es impactante. Lideran esa campaña de confusión y desinformación grandes medios de comunicación, periodistas pavos reales y economistas.
Uno de los desatinos más difundidos es que la Covid-19 es una enfermedad más y, por lo tanto, existe una preocupación excesiva motivada exclusivamente por especulaciones políticas. Para rebatirlo el físico y ex rector de la Facultad de Ciencias Exactas Jorge Aliaga, en su cuenta de Twitter, ofreció el siguiente cuadro de animación, que lo titulamos «La Covid-19, la peor de todas»:
Pese a la contundencia de las evidencias, ni la pandemia ha inhibido a la secta de economistas del establishment que se cree en capacidad de hablar de todo y de todos con autoridad. Tienen la particularidad de identificarse con el pensamiento ortodoxo en sus diferentes rostros y algunos de ellos han sido funcionarios o adherentes del macrismo.
No sólo han destruido la economía con un nivel de endeudamiento insoportable para las finanzas públicas, sino que ahora hacen también su aporte para provocar un desastre sanitario militando la anticuarentena. El absurdo mayor en estas semanas fue que se han dedicado a criticar con impunidad ofensiva a expertos que entienden cómo cuidar a la sociedad de la pandemia.
La decisión de Alberto Fernández de asesorarse con un comité de infectólogos ha sido fundamental para salvar vidas. Quienes le proponen constituir un comité de economistas, obviamente ortodoxos o heterodoxos conservadores, para aconsejarlo con medidas para atender la crisis desconocen el papel que cumplió la mayoría de ellos en la decadencia de la economía local. Sería como poner verdugos en la tarea de cirujanos.
Números
El derrumbe de la economía global la inició un virus, que para enfrentarlo los países, con estrategias sanitarias diversas, definieron algún grado de confinamiento. Los resultados económicos son desastrosos para todos, también para los países que no aplicaron cuarentena. La diferencia entre ellos es en la cantidad de muertos: los que dispusieron el aislamiento social más firme tienen menos muertos por millón de habitantes.
Algunas cifras de la proyección del Producto Interno Bruto 2020 del FMI de abril pasado para países seleccionados:
* Italia -9,1%.
* España -8,0%.
* Francia -7,2%.
* Alemania -7,0%.
* Estados Unidos -5,9%.
* Argentina -5,7%.
* Rusia -5,5%.
* Brasil -5,3%.
* Japón -5,2%.
* China +1,2%.
Existe consenso de que las caídas serán todavía más pronunciadas de acuerdo a los últimos indicadores de producción y a que la expectativa de que habría una rápida recuperación en el segundo semestre se está desvaneciendo.
Ahora algunas cifras sobre la situación sanitaria según el mayor o menor grado de aislamiento social dispuesto por los gobiernos. El índice elegido para homogeneizar comparaciones de países es el de muertos por millón de habitantes, según el relevamiento diario de Coronavirus Stats, al 29 de mayo:
* España 580,0.
* Reino Unido 562,4.
* Italia 549,5.
* Francia 440,0.
* Estados Unidos 316,0.
* Brasil 131,5.
* Alemania 102,6.
* Rusia 30,0.
* Argentina 11,5.
* Japón 6,9.
* China 3,2.
Los números son elocuentes: el derrumbe económico será global, y la cantidad de contagios y muertes se está determinando según la característica de la cuarentena.
Se puede decir de otro modo: la apertura de la economía no frenará la caída y sí aumentará la cantidad de muertes.
Dos casos lo clarifican aún más:
1. Estados Unidos supera los 100.000 muertos y tiene más de 40 millones de desempleados, la peor tasa de desocupación desde la gran depresión del ’30 del siglo pasado.
2. Brasil tiene más de 27.000 muertos con una proyección de terror y la economía se desliza a velocidad a una muy fuerte recesión, igual que la economía argentina con la diferencia fundamental de que aquí la cantidad de muertes es doce veces menor en el indicador por millón de habitantes.
En el suplemento Cash, Diego Rubinzal explica el caso de Suecia (aislamiento social débil) en comparación con Dinamarca (aislamiento social firme), con resultados económicos similares muy malos, incluso la economía sueca está sufriendo más que la danesa. La diferencia se encuentra en la cantidad de muertos por millón de habitantes, al 29 de mayo: Suecia tiene 431 y Dinamarca, 98,1.
Para evitar confusiones deliberadas, no se debe identificar los efectos económicos de la pandemia con los efectos para mitigarla (cuarentena).
AMBA
Como se observa, cada uno de los postulados de los militantes anticuarentena colisiona con datos de la realidad. Las medidas sanitarias preventivas dispuestas por el gobierno de Alberto Fernández permitieron controlar la expansión del virus. Casi todo el país no está en cuarentena como la que se registra en el Área Metropolitana de Buenos Aires.
Un reciente informe del economista Emmanuel Álvarez Agis refuta la campaña mediática acerca de que Argentina está teniendo la cuarentena más larga del mundo. Dice que ese argumento «no resiste mayor análisis, puesto que si se observa la movilidad en el interior se puede ver como la mayoría de las provincias está recuperando los niveles previos al aislamiento«.
Para concluir que «la evidencia parece indicar que los países con cuarentenas más estrictas, planes de detección temprana y medidas de contención más profundas lograron resolver el problema con mayor velocidad y pueden flexibilizar la actividad con menores riesgos para la salud de las personas».
Dinero
Para algunos economistas mediáticos y preferidos del establishment, el premio Nobel Joseph Stiglitz no entiende nada cuando opina acerca de la negociación de la deuda, y también dirían lo mismo sobre otro Nobel, Paul Krugman, cuando se refiere a la economía y el aislamiento social.
En el último artículo que publicó en The New York Times, «Sobre la economía de no morir. ¿De qué sirve aumentar el PIB si te mata«, Krugman desafía a los militantes anticuarentena que hablan de la necesidad de ‘salvar la economía» preguntando «¿cuál es, después de todo, el propósito de la economía?».
Dice que si es ‘para generar ingresos que permitan a las personas comprar cosas’ la respuesta es equivocada, porque «el dinero no es el objetivo final; es sólo un medio para un fin, es decir, para mejorar la calidad de vida».
Antes que los anticuarentena lo asalten con diatribas, Krugman aclara que el dinero importa porque hay una relación evidente entre ingresos y satisfacción, pero aclara que no es lo único que importa. Para provocar con que «¿saben lo que también es una contribución importante a la calidad de vida? No morir. Y cuando tomamos en cuenta el valor de no morir, el apuro por reabrir (la economía) parece una muy mala idea, incluso en términos económicos».
Concluye con un mensaje contundente, que sirve para mitigar el virus anticuarentena: «El impulso para la reapertura se basa en una ignorancia deliberada. No importa el PIB; el trabajo más fundamental de cualquier líder (Presidente) es mantener vivo a su pueblo».
El movimiento anticuarentena no tiene el objetivo de atender la situación económica ni, obviamente, la cuestión sanitaria, puesto que existen datos objetivos que muestran que la flexibilidad no mejora el nivel de actividad y sí aumenta la cantidad de muertos.
No está en juego la libertad porque si de ella se tratara, el derecho a circular se limitaría cuando pone el riesgo la vida de otros.
Es obvio que muchos están motivados por la angustia económica. Queda entonces evaluar que esa movida alentada por medios, sectores del establishment y fuerzas de derecha tiene un objetivo fundamentalmente político: erosionar la elevada aceptación social y política que hoy tiene el gobierno de Alberto Fernández.
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