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“Perdone, intendente, soy maquilladora, ayudo en una peluquería de barrio y también maquillo chicas los fines de semana en eventos y cumpleaños de 15. Hace una semana que no trabajo por el coronavirus y yo vivo con lo que junto por día. Nunca pedí nada y ni siquiera sé dónde tengo que ir a pedir. Pero estoy desesperada: ya no tengo para comer”.
Se ve que la mujer algún contacto tenía, o que se las ingenió para conseguirlo, porque el mensaje entró directo al celular del alcalde. La historia sonaba verosímil y lo era: el intendente, con despacho en una zona del Conurbano en la que conviven grandes countries con barrios muy pobres, supo enseguida que se trataba de una integrante más de un silencioso núcleo de bonaerenses que trabaja en la informalidad, que no participa en agrupaciones sociales o piqueteras y que nunca cobró planes ni tuvo asistencia directa del Estado. Ese universo, que integran desde carpinteros y albañiles hasta vendedores de hamburguesas en puestos callejeros y peones de taxis, no solo empieza a ver venir la ola de contagios de coronavirus sino que advierte que el circuito económico que lo comprende, que ya estaba en crisis, ahora se encuentra definitivamente paralizado. Son los nuevos demandantes.
La economía doméstica de este sector se deteriora con velocidad y, a diferencia de las crisis económicas tradicionales, no es mucho lo que puede hacer para cambiar el destino. Las noticias que recibe agravan la angustia: el Presidente podría decidir -con un criterio que comparte la oposición y al que adhieren los principales países del mundo- que, para evitar una avalancha de contagios y muertes, la gente no pueda salir de su casa hasta después de Semana Santa, el 13 de abril. ¿Qué hacer hasta que la pandemia ceda?
A la maquilladora la asistieron rápidamente con un bolsón de comida, el típico bolsón que se entrega en las zonas que quedaron marginadas del sistema desde el cataclismo del 2001. Son diez kilos de productos, entre ellos, fideos, polenta, lentejas, sal, salsa de tomate, leche y, hoy sobre todo, materiales de limpieza. A la mujer le tocó el más grande, que viene acompañado por un pack de agua mineral. El Estado invierte cerca de 1.200 pesos en cada uno de ellos y se otorga cada quince días. Hay bolsones más chicos, que tienen un valor para el fisco de $750.
“Vamos a necesitar toneladas y toneladas de bolsones para que esto no sea un caos”, aseguran los intendentes. No están hechos aún los números finos, pero los alcaldes estiman que se necesitarán entre 1 millón y 1 millón y medio de bolsones por mes. Algunos, incluso, arriesgan que si la crisis de agrava habrá que estirarlo a dos millones. Ejemplos: José C. Paz está exigiendo unos 60 mil por quincena; Malvinas Argentinas, 40 mil; Quilmes, 55 mil;Lanús, 50 mil; Escobar, 30 mil; La Matanza, el distrito bonaerense más extenso y al que ha empezado a entrar el Ejército para asegurar su repartición, cerca de 120 mil.
En la Argentina existen ocho millones de personas que reciben asistencia alimentaria diaria. El Conurbano obtiene cerca del 40% de esa asistencia, es decir, llega a unas 3 millones de personas. El viernes se creó un comité de emergencia para dinamizar una situación difícil: antes la comida llegaba mayormente a los comedores y los vecinos que no almorzaban o merendaban allí se la podían llevar en viandas. Hoy los lugares están cerrados por el coronavirus y hay gente que vive en zonas de difícil acceso, cuando no bajo condiciones de hacinamiento. La Iglesia, el Ejército, las agrupaciones sociales y los intendentes prometen moverse para que a nadie le falte alimentos.
“Todos los dispositivos para fondos están activados. Necesitamos ayuda porque se disparó un 30% la cantidad de gente que pide comida. Hay que contener, contener y contener. Es la clave para que todos cumplan la cuarentena. Los países que no lo hicieron están apilando cajones y muertos en los crematorios”, dice Juan Zabaleta, el intendente de Hurlingham.
Ariel Sujarchuk, de Escobar, es uno de los siete jefes comunales que integran el Corredor Norte 2. El viernes, con la firma de todos, enviaron una carta al ministro del interior, Eduardo “Wado” De Pedro y al gobernador Axel Kicillof para alertarlos de la necesidad extrema de insumos de salud y de recursos frescos. “Se nos está cayendo la recaudación -asegura Sujarchuk- y en dos meses no vamos a tener plata para pagar los sueldos ni para sostener servicios esenciales como la recolección de basura o el financiamiento del combustible”.
En Lanús, como en varios distritos del sur, también es delicada la situación fiscal. “Por primera vez en cuatro años la recaudación se nos cayó estrepitosamente, incluso por debajo de nuestras previsiones. Va a haber que ajustarse mucho el cinturón, pero mucho, hasta que pase la ola”, sostiene Néstor Grindetti.
La enfermedad encendió las alarmas como nunca en distritos de por sí acostumbrados a los naufragios de la actividad. Algunos municipios van a declarar la emergencia económica para poder administrar partidas en forma discrecional. Otros tomaron decisiones drásticas, creyendo que así impedirán el ingreso del coronavirus: clausuraron el paso de autos en los ingresos y le ordenaron a la Policía que expulse a los vecinos que no puedan acreditar su residencia.
Alejandro Granados, de Ezeiza, fue el primero en mandar camiones a colocar montículos de tierra en los accesos. En otros lugares que pertenecen a Ezeiza, como la ruta provincial 205, se colocaron vallas, custodiadas para que nadie las quite. Granados llegó al poder en 1995 y fue reelegido en 1999, 2003, 2007, 2011, 2015 y 2019. Veinticinco años en el mismo sillón, que ni siquiera abandonó del todo cuando fue ministro de seguridad de Daniel Scioli durante dos años. Está encantado de que le digan “El sheriff”. Tiene admiradores. Once de sus colegas acompañaron la iniciativa de prohibir el paso. Y en el interior bonaerense muchas ciudades establecieron una hora límite para que la gente pueda circular. Algunos hasta las 16 y otros hasta las 18 horas. Cuando suena la sirena de los bomberos, todos deben estar en sus casas.
“Es una locura lo que hicieron”, dicen cerca de Kicillof. El mismo razonamiento hace Alberto Fernández. Lo dejaron traslucir en las charlas con Horacio Rodríguez Larreta y Diego Santilli. “Esto no puede ser ‘sálvese quien pueda’ porque perdemos todos”, se acordó en una de las conversaciones. Es un tema que preocupa. Pero los bloqueos se mantienen, pese a que algunos son inconstitucionales.
El gran desafío para la clase política sigue siendo que no colapse el sistema de salud. Los intendentes han reacondicionado clubes, iglesias, municipios, sindicatos y hasta hoteles alojamientos para colocar camas. Pero hay un tema del que no se habla, o se habla poco. Detrás de las fotos de las camas que esperan pacientes hay un gran interrogante: ¿habrá insumos y médicos suficientes para esos centros improvisados de salud?
La campaña oficial sigue apuntando a que la gente se quede en su casa. El acatamiento es alto, aunque hay ciudadanos que no cumplen y ponen en riesgo al resto. Los policías detectaron situaciones insólitas. Se hizo célebre por unos días el chino que caminaba en San Telmo buscando pokemones, o el hombre que consultaba por travestis en Constitución. Varias historias de ese tipo trascendieron en las últimas horas. Un hombre quiso ingresar a la Capital con la excusa de que “tengo que ir a regar las plantas de mi oficina porque se van a morir”. Y una mujer, en la cola de un supermercado, hizo huir corriendo a todos los clientes al grito de “¡tengo coronavirus, tengo coronavirus!”. Se activó el protocolo, y la mujer fue demorada con todo el temor que generaba el caso. La Policía la interrogó mientras llegaba la ambulancia. La mujer confesó: “Estoy sana, pero estaba cansada de hacer la cola”.
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