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Coronavirus en Argentina: La grieta, los cacerolazos y el GPS del Gobierno para un millón de argentinos

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El Gobierno está confeccionado por estas horas un mapa para geolocalizar a los casi 300 mil argentinos que regresaron al país desde el 14 de marzo, el día que se decidió el cierre de las fronteras para los extranjeros. De esos 300 mil, hay un círculo rojo que comprende a 67.727 personas que lo hicieron desde el 20, cuando comenzó a regir la cuarentena obligatoria y el coronovirus ya había provocado las primeras muertes. La Casa Rosada pretende, además, ampliar el universo y contactar a los familiares y amigos con los que pudieron haber tenido vínculo en los 14 días que siguieron al aterrizaje en Ezeiza. El mapa podría extenderse así a cerca de un millón de personas.

Es un operativo ambicioso y complejo de big data que contrasta con la falta de planificación y el caos que se vio en los bancos con los jubilados y que alteró el comportamiento social con consecuencias que aún no pueden verse. Para identificar a los viajeros y a sus contactos es necesario cruzar datos de Migraciones y de la Policía de Seguridad Aeroportuaria con información de la ANSeS y de la AFIP, que permitirá saber dónde y con quiénes viven esos argentinos, a qué se dedican, quiénes sos sus empleadores y por dónde se movieron.

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La idea aún se analiza y es parte del plan que Alberto Fernández estudia con miras al lunes 13, cuando en teoría vence el decreto que impide la circulación. El Presidente optaría por pasar a una fase menos restrictiva, que oblilgaría a no salir de sus casas a -como mínimo- aquel millón de personas, a la población mayor de 60 años y también a los chicos, que continuarán sin ir a la escuela. Cuarentena selectiva, la llaman en su entorno.

Fernández exhibió el incipiente esquema –una suerte de GPS– el viernes, frente a un reducido grupo. “Miren esto”, dijo, y abrió su notebook para proyectar el trabajo en los televisores del quincho de la Residencia de Olivos. La iniciativa está atada a la curva de contagios y muertes que vaya dibujando la Argentina. Un salto abrupto en la cantidad de víctimas volvería todo hacia atrás. Esa curva sigue teniendo escenarios muy pesimistas y otros muy optimistas. Es una aritmética que se formula y varía día a día. El primer mandatario se muestra cauto, pero satisfecho con el rumbo: “Si hubiéramos aplicado la política de España, hoy tendríamos 400 muertos”, dijo en un almuerzo que mantuvo ese día con Gerardo Martínez, Héctor y Rodolfo Daer, Antonio Caló, Víctor Santa María, Carlos Acuña y José Luis Lingeri.

La peste aún está lejos de mostrar su peor cara. Pero no convendría pasar por alto los números: hace una semana había veinte muertos, hoy son más del doble y la tendencia de contagios subirá fuerte, pese a que no se hacen test masivos. En el Ejecutivo creen que con el paquete de medidas que implementaron lo que están logrando es achatar la curva, es decir, estirarla en el tiempo. El pico de contagios se va corriendo. Lo pensaron primero para el 15 de este mes, luego para los últimos días y ahora hablan de que se produciría a mediados de mayo. El objetivo es invariable: que no colapse el sistema de salud.

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El alargamiento en el calendario avala la estrategia de los epidemiólogos que trabajan para Fernández, a los que él suele decirles “los que saben son ustedes y yo voy a hacer lo que ustedes digan”. Pero inquieta a los empresarios y sindicalistas, que detectan el pronto derrumbe de una economía de por sí en crisis y la pérdida de fuentes de trabajo. Ante ellos, el Presidente repite que “ustedes me hablan de la caída del PBI y yo digo que de eso se vuelve, pero de las muertes no”.

El jefe de Estado tuvo una semana particular en momentos en que los indicadores de imagen pública le sonríen. Arrancó con el enfrentamiento con los empresarios y finalizó con un millón de jubilados y beneficiarios de Asignación Universal por Hijo apiñados en las calles. Los jubilados fueron sometidos a situaciones dramáticas en algunas localidades del Conurbano, donde se produjeron colas de hasta 15 cuadras para poder ingresar a los bancos, y en las que no se respetó la distancia que exige el protocolo. Recién después de largas horas librados al azar, los intendentes lograron montar un dispositivo para llevar sillas y hasta colchones. También repartieron alfajores y agua mineral. Hubiera sido mejor que no se compartieran los vasos, pero no se reparó en ese detalle.

El tono mesurado que había caracterizado a Fernández desde el estallido del coronavirus hizo un giro temporario. “Miserables”, tildó a los empresarios. La mira estaba puesta en Paolo Rocca, el presidente y CEO de Techint, que busca prescindir de 1.450 trabajadores, aunque el Ministerio de Trabajo dictó la conciliación obligatoria. Los principales asesores presidenciales atribuyeron sus dichos a una reacción en caliente. “Había mirado el video del Papa Francisco diciendo que ‘nadie se salva solo’ y se enojó”, contó un funcionario.


Mauricio Macri y la cúpula de Cambiemos. No hay acuerdo sobre cómo pararse frente a la pandemia.

En la mesa chica del poder, sin embargo, no vieron con buenos ojos que su jefe no mencionara a Rocca con nombre y apellido. Creen que hubiera sido útil para no volver a agitar la grieta innecesariamente con todo el sector. Muchos interpretaron el embate contra Rocca al espíritu kirchnerista que domina su agrupación. Podrían equivocarse: Máximo Kirchner fue el primero en hacer saber que no contaran con él para retomar la división. Por lo menos por ahora. Los líderes de La Cámpora no le dedicaron ni un solo tuit a Rocca. Sorpresas de la pandemia.

Los cacerolazos fueron otro tema de conversación en Olivos. Allí razonan que hay un sector de la sociedad profundamente antikirchnerista que va buscando excusas pasajeras para desgastar al Gobierno. Hoy puede ser la baja de salarios de los políticos y mañana otra cosa. “Van probando hasta ver qué prende en la gente”, opina un hombre que visita Olivos a diario. Algunos minimizan su impacto, otros consideran que hay que estar en alerta porque -aseguran- hay un núcleo duro de la oposición que los fomenta.

Apuntan a dirigentes que consideran marginales, como José Luis Espert, pero a la vez a figuras del macrismo como Patricia Bullrich, que preside el PRO. También a los radicales, a los que acusan de especular con el pedido de rebaja de salarios políticos. El Presidente insiste en que plantear una disminución en sus ingresos es demagógico y desliza que quienes lo empujan deberían explicar de dónde sacarían la plata para mantener su ritmo de vida.

La caja negra de la política es una de las tantas deudas de la democracia. A eso alude Fernández sin decirlo ni sugerir nombres: a que hay dirigentes que podrían transitar toda su vida sin tener ingresos formales. Lo mismo piensa Elisa Carrió, su principal aliada en la oposición sobre este tema. La líder de la Coalición Cívica interrumpió la cuaresma para hacer saber que se oponía a las rebajas. Y pidió apoyar al Presidente en su lucha contra el coronavirus, más allá de “mis diferencias históricas con él”. A su lado, dijeron: “Quien quiera oír que oiga”. 

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