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La economía mundial se encamina a una recesión global y mucho más profunda que la padecida por el estallido de la gran crisis financiera 2008-2009.
Esa debacle dejó enseñanzas de lo que hay que hacer para amortiguar los costos ineludibles de una crisis profunda. Políticas muy expansivas en el frente fiscal y monetario, que incluyeron la compra de paquetes de acciones de grandes corporaciones por parte del Estado para evitar quiebras generalizadas.
Para la crisis que irrumpió con la pandemia del coronavirus será necesaria tomar esas mismas medidas, y aún más audaces. Estados Unidos y la Unión Europea ya reaccionaron con el libreto 2008.
Pero se necesitarán acciones más fuertes para rescatar a la economía de la actual parálisis, inédita porque alcanza casi todos los rincones del planeta.
El freno es tan impactante que la revista británica The Economist ilustró su última edición con el globo terráqueo con el cartel «closed» (cerrado). Se estima que este fin de semana mil millones de personas pasaron confinados en sus casas.
Ahora se revaloriza el papel del Estado en el funcionamiento básico de la sociedad y retrocede el discurso del libre mercado, la desregulación y la privatización de servicios esenciales para la población, como el de la salud pública.
Es lo mismo que sucedió con la crisis de 2008, cuando los gobiernos centrales se plantearon incrementar la regulación de las finanzas. Finalmente, poco se avanzó y el maquillaje aplicado en las normas prudenciales bancarias no implicó un cambio en el paradigma económico.
El capitalismo global dominado por las finanzas se reconstruyó y siguió definiendo las reglas de juego, con Estados subordinados a sus intereses.
Paradigma
Los encuentros de los líderes mundiales del G-20 en esos años de turbulencias económica y financiera culminaban con documentos consensuados, en los cuales se recomendaban regulaciones y controles a las finanzas, incluso se apuntaba contra las guaridas fiscales y los denominados shadows bank (banca en las sombras, la operatoria oscura de las entidades con las grandes fortunas del mundo).
Cuando la economía mundial se normalizó esos postulados fueron olvidados.
En esta crisis de mayor envergadura existe la posibilidad de no repetir esa historia. Habrá que ver si el desastre provocado por la pandemia en un mundo económico financiarizado termina por generar los anticuerpos suficientes para que no se transite ese mismo camino.
O sea, que las normas de funcionamiento de una economía global, con un Estado en retirada en áreas sensible como la salud, las finanzas y la regulación de las corporaciones, sean alteradas. Si no se modifican por convicción, que sí se hagan por el miedo global y angustia social que provocó el fulminante desmoronamiento de la frágil estructura en la cual está asentada este tipo de capitalismo.
Cuando se produce un crac bursátil de semejante magnitud, con una impresionante destrucción de valor (capital ficticio), el riesgo de una exacerbación del derrape se encuentra en la quiebra de pequeños eslabones de la cadena del frenesí especulativo global.
Eso fue lo que sucedió este viernes, al final del cierre de las operaciones en Wall Street, cuando se difundió la quiebra del broker Ronin Capital, con sede en Chicago y oficinas en Nueva York, Londres y Hong Kong. Fue intervenido por el ente de regulación del mercado porque se declaró en insolvencia por operaciones vinculadas a posiciones en futuros vinculadas al índice de volatilidad CBOE.
El riesgo de que esa caída provoque quiebras en cadena está presente, como sucedió en el 2008 con el derrumbe del histórico banco de inversión Lehman Brothers.
Excepcionales
Del mismo modo que la pandemia coronavirus exige medidas extraordinarias y extremas en materia de salud pública, como el aislamiento obligatorio, la intervención en al frente económico también reclama una serie de iniciativas excepcionales.
La economía argentina ingresó muy debilitada a esta crisis global debido al desastre dejado por cuatro años de gobierno de Mauricio Macri. Es entendible que el gobierno de Alberto Fernández, que en la actual situación de angustia colectiva necesite estar por encima de la disputa política, y la prensa cómplice, que quiere eludir sus responsabilidades, eviten hablar de la devastación macrista.
Pero eso no debe inhibir a este espacio de análisis precisar el punto de partida: una economía en recesión desde hace casi dos años, con una tasa de desempleo elevada, el fisco desfinanciado, un default virtual y, en especial, con la desarticulación de las funciones básicas del Estado. Entre ellas, las del servicio público de salud.
Desde esa precaria base material que dejó Mauricio Macri, Alberto Fernández tiene que hacer frente a un escenario de colapso de la economía global.
Debacle
En la crisis 2008 el epicentro de la debacle fue Europa y Estados Unidos, con China aislada relativamente. A nivel local, la economía marchaba a todo ritmo, creciendo a tasas chinas, con el frente de la deuda ordenado y con el Estado empezando a desplegar su presencia activa en áreas sensibles, como en la previsional y de cobertura social luego de terminar con el fabuloso negocio especulativo de las AFJP.
Ahora el derrumbe de la economía mundial es global. Los informes oficiales de producción y consumo del primer trimestre y lo estimado para el segundo son dramáticos.
En la primera mitad de este año se registrará la peor depresión económica desde la década del ’30. Economistas del Deutsche Bank estiman que la caídas trimestrales del PIB de China, Europa y Estados Unidos superarán «sustancialmente todo lo registrado anteriormente, al menos desde la Segunda Guerra Mundial».
Oxford Economics calcula que la economía de Estados Unidos se contraerá a una tasa anual del 12 por ciento a fines de junio. El Instituto Internacional de Finanzas (IIF), entidad que agrupa a los principales bancos del mundo, apunta que la caída de Europa será de 18 por ciento anualizado en ese período.
Para China, el IIF calcula que en el primer trimestre el derrumbe será de casi 19 por ciento, con una fuerte recuperación a partir del segundo, para terminar el año con un crecimiento de apenas 3,5 por ciento.
Sin coordinación
Esas cifras de terror son divulgadas por la corriente dominante del mercado financiero global, y son las optimistas. Se basan en que la pandemia disminuirá en los próximos meses y que se podrá contener, para comenzar con una fuerte recuperación de la producción global en la segunda mitad del año.
De todos modos, no significará un alivio sustancial a una situación muy crítica. La Organización Internacional del Trabajo (OIT) estima que se perderán 25 millones de puestos de trabajo.
Michael Roberts, economista británico que ha trabajado de analista en la City durante 30 años, escribió en su blog que, incluso con ese escenario optimista, el golpe a las economías será contundente y que no habrá que esperar crecimiento a nivel mundial en este año. Esa situación crítica se montará en un 2019 que tuvo una desaceleración significativa, con un avance de apenas 2,5 por ciento.
El shock del coronavirus golpea al mismo tiempo a las empresas, bancos, mercados y hogares de todos los países. Primero fue a China, y luego se extendió al resto.
La economía china ya venía con un ritmo de crecimiento más lento y el coronavirus la castigará, y pese al poderoso programa de estímulo que ha empezado a implementar no podrá ser en este año el gran motor de crecimiento de la economía mundial.
Si bien aparecieron en esta última semana señales de inicio de la normalización en el funcionamiento de la economía en China, los riesgos a una recaída siguen latentes. Se encuentran en la posibilidad de nuevas infecciones al reanudarse los viajes nacionales e internacionales. O que la crisis de la pandemia en otros países deprima aún más la demanda global de partes o bienes finales chinos.
A diferencia de la crisis 2008, en ésta no se observan esfuerzos de la comunidad internacional para implementar una estrategia global de coordinación. Es un factor en contra para encontrar una salida más rápida a este desastre.
Organismos multilaterales, como el FMI, Banco Mundial, Cepal, OIT, elaboran informes sobre el impacto del coronavirus y se difunde la existencia de paquetes de asistencia, pero no aparece la voluntad de los líderes del G-20 de ordenar el caos sanitario y económico, lo que hace la situación más caótica.
Paquete fiscal
La reacción del gobierno de Alberto Fernández fue rápida en ambos frentes, en el combate a la expansión del virus y en el frente económico. La necesidad de revisar la hoja de ruta oficial
, que se mencionó la semana pasada en esta columna, se concretó con una batería de medidas.
En estos días se dispusieron 30 iniciativas desde distintos ministerios, la Anses y el Banco Central. El paquete fiscal equivale a apenas un 2 por ciento del Producto Interno Bruto, calculó el economista Emmanuel Álvarez Agis.
Es una primera etapa, pero lo más probable es que esas medidas sean insuficientes y que la estrategia fiscal tenga que ser más audaz. O sea, que la expansión del gasto público como el alivio crediticio e impositivo tenga que ser mayor. No debería haber inhibiciones conceptuales, y mucho menos por tener que enviar mensajes de prudencia a los acreedores en la negociación con la deuda.
Ahora más que antes, para poder pagar se necesitará crecer, y para poder regresar a un sendero de crecimiento se requerirá más gasto público; no prudencia fiscal.
Si los acreedores no lo entienden o pretenden una reestructuración liviana de la deuda, el default sumará una pérdida adicional a los inmensos quebrantos que ya contabilizan por el crac bursátil global.
Salida política
Economistas ortodoxos y heterodoxos conservadores dicen que no existe margen fiscal para medidas más expansivas. Es una muestra más de la notable incapacidad analítica que habitualmente dejan al descubierto, pero ahora resultan más patéticos.
Con una economía que está al borde de la ruptura de la cadena de pagos, la única forma de detener el colapso es haciendo una expansión extraordinaria en materia fiscal y monetaria.
Asustan con que habrá una mayor tasa de inflación. Son incorregibles. El derrumbe de la demanda sólo podrá ser amortiguado con emisión monetaria y más gasto público. No habrá traslado a precios por el golpe recesivo, y si hay aumentos en algunos productos básicos, el poder de intervención del Estado deberá ser aplicado con toda severidad, desde la fijación de precios hasta el control del abastecimiento.
Para evitar que la recesión, que se extenderá varios meses, no se transforme en depresión se necesita un shock de liquidez proporcionado por el Estado. La economía está desmonetizada por la recesión macrista y por la elevada dolarización de los últimos años. Necesita imperiosamente la expansión de la masa monetaria para que no se detenga el motor de la economía.
La experiencia del corralito, estallido de la convertibilidad y megadevaluación de 2001-2002 es una enseñanza imprescindible para estos momentos. La emisión de cuasimonedas fue clave para evitar la depresión y la profundización del conflicto social.
No existe margen para la tibieza ni para tomar en cuenta dogmas de la logia de economistas. Momentos extraordinarios requieren acciones extraordinarias. Tendrá costos elevadísimos autolimitarse en la intervención estatal en la economía.
Argentina tiene la triste ventaja de haber padecido una sucesión de crisis, lo que ha brindado abundante experiencia sobre cómo enfrentarlas. Se sabe que en cada una de ellas la salida no se dio siguiendo la receta de desvariados economistas, sino que se consiguió con la fortaleza política de intervenir en la economía desafiando los paradigmas conservadores.
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