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Grieta, polarización, hostilidad política, cada uno la llama como quiere. Pero el discurso sobre el Estado de la Unión que Donald Trump presentó el martes por la noche ante el Congreso de los Estados Unidos fue la mejor puesta en escena posible del enfrentamiento que divide a la principal potencia mundial. De entrada, el Presidente se negó a darle la mano a la demócrata Nancy Pelosi, titular de la Cámara de representantes y tercera en la sucesión presidencial. Fuera de todo protocolo, y hasta de las más elementales normas de convivencia, fue la respuesta que encontró Trump para dejar claro lo que piensa del empeachment que Pelosi encabezó en su contra.
La líder demócrata absorbió el golpe y esperó el momento de devolverlo. Este llegó con el final del evento. Cuando todos los republicanos aplaudían a su presidente, Pelosi, ubicada exactamente a sus espaldas, procedió a romper todas las hojas del discurso con un evidente gesto de desprecio en el rostro. Cuando la periodistas le preguntaron por qué lo había hecho, la respuesta sonó sincera: «Porque era lo más amable que se me ocurrió tomando en cuenta las alternativas. ¡Qué discurso tan sucio!»
El tono de campaña y polarización recorrió todo la ceremonia. Al igual que en los últimos años, TrumpTrump usó el último discurso del Estado de la Unión de su mandato para resaltar la creación de empleos y el buen funcionamiento de la economía nacional. El presidente valoró además el sistema de salud desarrollado por su administración, algo que sirvió como excusa para atacar las propuestas de sus rivales demócratas. También se refirió a la política exterior, haciendo hincapié en su ofensiva contra Irán y el plan de paz entre Israel y Palestina.
Trump llegó al discurso relajado, en vísperas de ser absuelto
en el juicio político
que se realiza en el Senado, y luego de obtener su primera y previsible victoria en los caucus republicanos de Iowa. El llamado discurso del Estado de la Unión consiste en un informe que brinda el presidente al Congreso sobre el estado de situación del país.
A lo largo de su discurso, Trump demostró que confía en el buen funcionamiento de la economía nacional para emprender su campaña de reelección, de cara a las presidenciales del próximo tres de noviembre y con el camino allanado en la interna republicana.
«Los años de declive económico han pasado. Los años en que otros países se aprovechaban y hasta despreciaban a Estados Unidos han quedado atrás» bramó el presidente. Hemos creado siete millones de empleos y el desempleo está en su punto más bajo en medio siglo.»
La política interna fue, sin dudas, la gran protagonista de la noche. Trump defendió su política de creación de empleos, su política antimigratoria y de seguridad nacional, y su reforma tributaria, cuatro temáticas que considera centrales para su base electoral. El mandatario comparó su política de atención médica con las propuestas de algunos precandidatos presidenciales demócratas, como Bernie Sanders, que postulan el plan Medicare for All.
En materia de política exterior, el presidente ratificó su ofensiva contra Irán
y defendió el llamado plan de paz
para el conflicto israelí-palestino. El acuerdo presentado la semana pasada junto al premier israelí, Benjamin Netanyahu fue duramente rechazado por los palestinos, la Liga Árabe, la Unión Europea y Rusia.
Trump habló al país desde la misma Cámara que hace solo unas semanas lo acusó formalmente de utilizar su cargo, la política exterior estadounidense y los recursos del Estado para su beneficio electoral.
El mandatario confía en que el impeachment concluya este miércoles con su absolución. Trump tampoco esquivó el tema en su último discurso del Estado de la Unión como presidente. Muchos analistas recordaron el discurso de Bill Clinton en 1999, también en medio de un juicio político. El entonces mandatario sorprendió al no pronunciar ni una sola vez la palabra impeachment. Pero Trump aprovechó el tema para emprenderla contra sus rivales demócratas.
El único tema que unificó a los presentes fue Venezuela. Trump aprovechó la presencia en el recinto de Juan Guaidó, el autoproclamado presidente de ese país, aplaudido tanto por el vice Mike Pence como por Nancy Pelosi, para volver a amenazar a Nicolás Maduro y profetizar su caída.
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