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En este año tienen la excusa de la pandemia. Los pronósticos económicos de fines de 2019 para el 2020 no pueden ser referencias para realizar el ejercicio que, de repetirlo desde hace bastante en cada fin de diciembre, puede ser evaluado por los protagonistas como acoso. No lo es.
Esta tarea higiénica no ingresa en esa categoría; en realidad se trata de retirar el velo del inmenso dispositivo de engaño deliberado y de construcción de expectativas sociales con inconfundibles objetivos de legitimar medidas regresivas y políticas conservadoras.
Los economistas pronosticadores gozan de tal impunidad que muy pocos observadores o consumidores de sus informes se toman el trabajo de comparar lo que decían y lo que en la práctica sucedió. Si ese estudio básico de cotejar se realizara, se diluiría ese espacio privilegiado que ocupan en la interpretación de la cuestión económica.
Eso no va a pasar. Esa comunidad de mercaderes de información económica tiene una amplia red de cómplices para ocultar sus desaciertos. Tiene la desconcertante fortuna de que sus miembros siguen siendo contratados por empresas y bancos para sentenciar qué pasará en la economía, cuando la realidad los desmiente una y otra vez.
Es habitual que los medios de comunicación tradicionales los consulten para conocer sus chapucerías. La costumbre de este diario, en cambio, es revisar las estimaciones que hacen de las principales variables económicas y, pasados tantos años, se ha convertido en un potente estímulo de curiosidad periodística. Y, valga la confesión, también es un incentivo para interpelar esa absurda convención de pretender conocer el futuro guiados por economistas.
Pesimistas
La pandemia puede ser utilizada como pretexto para archivar las estimaciones realizadas a fines de 2019. Por ese motivo, en esta ocasión, no se tomarán en cuenta las primeras proyecciones, presentadas el 3 de enero por el Banco Central cuando difundió los pronósticos 2020 de 24 consultoras y centros de investigación locales, 14 entidades financieras argentinas y analistas extranjeros. Esos datos constituyen el reporte conocido como Relevamiento de Expectativas del Mercado (REM) publicado por el Banco Central, donde se indica cuál sería el recorrido de la economía según esos supuestos expertos.
Una de esas proyecciones, antes del coronavirus, decía que la evolución promedio del Producto Interno Bruto sería una caída de 1,6 por ciento. Era una cifra que mostraba el sesgo pesimista con el gobierno de Alberto Fernández. Tendencia opuesta a la demostrada durante el gobierno de Mauricio Macri.
Un revelador informe del economista Emmanuel Álvarez Agis, de septiembre pasado, deja al descubierto ese comportamiento. Menciona que el pesimismo observado en el REM para el gobierno de Fernández contrasta con los registros 2016-2019 durante el macrismo. Muestra que, en dicho período, las expectativas de inflación y de evolución del tipo de cambio se ubicaron en forma persistente por debajo de las variaciones observadas de esas variables.
Precisa que durante 2017 el promedio de la variación esperada de los precios para los siguientes doce meses fue +17,7 por ciento, y la evolución esperada del tipo de cambio nominal para el mismo período osciló en torno a +16,0 por ciento.
En 2018, la crisis cambiaria llevó a un aumento del tipo de cambio y aceleración de la evolución de los precios. Sin embargo, las proyecciones del REM anticipaban una desaceleración en la nominalidad. Nuevamente en 2019 la variación observada del tipo de cambio nominal y el IPC superó a las expectativas.
Este análisis del REM es otra prueba contundente de que los pronósticos económicos dominantes tienen escasa rigurosidad científica y casi nada de seriedad analítica, y que sólo son instrumentos de intervención política para promover medidas económicas de preservación de privilegios de poderosos y para apoyar fuerzas conservadoras.
No se escapan
Si los pronósticos de diciembre de 2019 para este año quedan invalidados por la pandemia, en cambio los realizados cuando el coronavirus ya estaba presente adquieren valor para emprender la tarea de comparar. Entonces el cotejo será con los pronósticos entregados en abril. La crisis global ya estaba desatada y los impactos en la economía local eran fulminantes.
Sin importar el incremento de la incertidumbre general y sin considerar la rápida reacción del Gobierno para atender la emergencia sanitaria y para diseñar una red de protección de empresas y trabajadores, la secta de economistas pronosticadores siguió con su tradicional trabajo. Y el saldo no fue distinto: una sucesión de errores en cada uno de los recorridos de las variables estimadas.
En la tarea de evaluar el comportamiento de los denominados gurúes de la city se consideraron las siguientes variables principales: inflación, dólar y reservas con fuente FocusEconomics, REM-BCRA, Indec y BCRA. Pero también se analizaron los datos de la balanza comercial, exportaciones, Producto Interno Bruto, producción industrial, desempleo.
Pocos se acercaron al dato real y muchos exhibieron que la elaboración de estimaciones está guiada por el deseo y las anteojeras ideológicas más que por una evaluación seria.
Una variable sensible para la población es la tasa de inflación. No es un dato menor en la definición de las expectativas sociales y también políticas. Las equivocaciones fueron groseras. Sin tener en cuenta la impresionante recesión con caída de la demanda, la política oficial de administración de precios y la estrategia cambiaria, Econométrica y el estudio de Orlando Ferreres estimaron una inflación superior a la del último año de Macri (53,8 por ciento), la más alta desde el estallido de la convertibilidad.
Uno de los economistas del establishment más cotizados, Miguel Ángel Broda, no se inhibió en vaticinar que «vamos a tasas de inflación en el último trimestre de este año como las que tuvimos en los ’80. El año dará 50-55 por ciento, pero el último trimestre será muy alto».
Broda es consecuente con su trayectoria: se equivocó, pero este año ingresó en un estadio superior de desatinos analíticos al comparar la situación argentina con la de Irak, Venezuela y el Líbano.
Sacachispas los goleó
No sólo han errado en las proyecciones de variables macroeconómicas, sino que también han tenido una manifiesta debilidad analítica cuando tuvieron que opinar acerca de la marcha de las negociaciones con los acreedores externos privados.
Mientras el ministro de Economía, Martín Guzmán, se enfrentaba a los más poderosos fondos de inversión del mundo, la mayoría de los economistas mediáticos descalificaba la labor del representante de los intereses de Argentina.
En una actitud infrecuente, este año el consultor Carlos Melconian tuvo declaraciones agresivas hacia un titular del Palacio de Hacienda. Eligió como blanco a Guzmán hasta decirle que era mentiroso. No le fue bien entre sus afirmaciones destempladas y la implacable realidad.
En relación a la negociación de la deuda había sentenciado: “Si la visión presidencial está 100 por ciento alineada ideológicamente con la del ministro de Economía, el default parece inevitable. El ministro Martín Guzmán está en las antípodas de los mercados de capitales. Estamos entre el pragmatismo y la ideología”.
No hubo default y el acuerdo de la deuda recibió la aprobación del 99 por ciento de los acreedores en los tramos externo y local.
El otro frente en que esos economistas quedaron descolocados fue en el cambiario. Apostaron a una devaluación brusca y aconsejaron a sus clientes realizar coberturas por un salto fuerte del tipo de cambio. Les hicieron perder mucho dinero. Algunos decían con una seguridad pasmosa de que el dólar superaría los 200 pesos. Guzmán ganó esa compleja batalla con gran parte de los economistas mediáticos en contra.
«Virus, cuarentena y vacunas»
En un año terrible en varios aspectos hubo economistas mediáticos que, no satisfechos con hacer papelones con el análisis económico, también se atribuyeron capacidad de opinar sobre curvas epidemiológicas, estrategias sanitarias y cuarentenas.
Del mismo modo en que confunden a sus interlocutores en la interpretación de los fenómenos económicos, en la pandemia pasaron a la categoría de charlatanes del coronavirus.
Si con pronósticos sesgados van construyendo expectativas sociales negativas, en este caso, con ignorancia y relativizando la crisis sanitaria, fueron una pieza importante para debilitar la estrategia oficial de salud pública.
La secta de economistas mediáticos completó de ese modo un combo perfecto: como si hubieran cursado la materia optativa en la Facultad «Virus, cuarentena y vacunas», opinaron con la misma soberbia de la ignorancia sobre el coronavirus como lo hacen con la economía.
No pasó
Un agudo observador de la acción de estos charlatanes que desprestigian una carrera y profesión fabulosa señaló que no es soberbia, sino que no se dejan engañar por las evidencias.
Como en años anteriores, en éste fueron varias las evidencias que desmoronaron sus sentencias, entre las principales se destacan:
* La economía se encaminaba a la hiperinflación; no pasó.
* La tasa de inflación se desbordaría; no pasó.
* Las cuentas fiscales tendrían un déficit descontrolado; no pasó.
* El dólar blue superaría los 200 pesos y el Gobierno estaría obligado a aplicar una devaluación brusca; no pasó
* El Producto Interno Bruto se derrumbaría más del 12 por ciento; no pasó.
* La fuerte expansión monetaria provocaría un shock inflacionario; no pasó.
* El default de la deuda sería inevitable; no pasó.
«Supongamos…»
Estos economistas tienen un atajo para eludir las críticas a sus persistentes equivocaciones. La historia que construye el engaño es la siguiente: cuentan que un granjero acude a un economista para pedirle consejos sobre cómo aumentar la producción de leche de sus vacas.
Después de analizar con modelos y complejas ecuaciones la inquietud, el economista convoca al granjero para decirle que ha encontrado la respuesta. Le dice: “¿puede venir a mi oficina para escuchar la presentación de mi solución a su problema?”.
En el día acordado, el granjero concurre al moderno edificio donde el experto trabaja, quien delante de un enorme pizarrón comienza la exposición que sorprenderá al granjero. En el inicio de la explicación el economista dibuja un gran círculo y dice: «Para empezar supongamos una vaca esférica».
Así van construyendo las proyecciones los economistas pronosticadores. Parten de una premisa desvariada que terminará con resultados fallidos.
Pero no son sólo errores en las proyecciones de las cifras de variables clave y de análisis económicos errados. También le suman previsiones político-sociales desacertadas por un sesgo ideológico conservador.
Está terminando diciembre, mes que se caracteriza por fuertes tensiones, y no hubo turbulencias económicas ni desbordes sociales pese a los impactos devastadores de la pandemia.
El 2020 ha sido otro fiasco para los economistas pronosticadores. Pero como se trata de un negocio extraño donde el consumidor de esas proyecciones paga muy bien y con gusto para ser engañado, las cifras para el 2021 ya están siendo anotadas para seguir este juego de comparar dentro de doce meses. En versión libre de la frase disruptiva de CFK en La Plata, se podría decir a estos economistas: «vayan a buscar otro trabajo».
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