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Producción: Florencia Barragan
Recuperar soberanía
Por Gustavo Ludmer* y Fernando Martínez **
La lucha contra la pandemia multiplicó la demanda de una cantidad de bienes industriales, como medicamentos, productos de higiene y limpieza, instrumental médico y ropa sanitaria. En ese contexto, los países sin producción propia se ven muy afectados por el colapso del comercio global. Al respecto, Josep Borrell, una suerte de canciller de la Unión Europea, afirmó: “No puede ser que, de repente, descubramos que una parte esencial de los activos sanitarios para hacer frente a una crisis de esta naturaleza está deslocalizada en otros países. Hay que recuperar la soberanía sanitaria. No podemos estar en manos de la globalización que ha distribuido las capacidades de producción de forma muy desequilibrada”. Sus declaraciones evidencian la crisis actual de la división internacional del trabajo y el inicio de un proceso de relocalización de la producción.
Desde hace décadas existe en Argentina una campaña de desprestigio que ha logrado convencer a una amplia porción de la sociedad civil de que la industria argentina no sirve. Esto posibilitó la aplicación de políticas que precarizaron el aparato productivo nacional. A pesar de los golpes recibidos, hoy nuestro país cuenta con una gran cantidad de empresas industriales que trabajan con los más altos estándares internacionales de eficiencia y calidad, y que pueden fabricar la mayoría de los productos necesarios para la pandemia.
Por ejemplo, las autoridades sanitarias argentinas estimaron que durante los próximos meses nuestro personal de salud necesitará más de 30.000.000 de kits de indumentaria, cada uno compuesto por un camisolín, una cofia y un cubre-calzado. El primer vuelo de Aerolíneas Argentinas a China trajo sólo 5.000 kits, dejando en evidencia el escaso aporte de la producción asiática a dicha necesidad. Los millones restantes serán abastecidos por nuestra cadena textil-indumentaria a través de cientos de fábricas y pequeños talleres que, en pocas semanas, han logrado reconvertir su producción. Estas cifras permiten valorizar el aporte de la industria local.
Algunas historias resultan ejemplares. La empresa RA Interbranding pasó de fabricar las camisetas de Boca y River a producir miles de barbijos y 100.000 kits sanitarios por semana para el Ministerio de Salud de la Nación. Una reconversión similar lograron varias PyMEs familiares, como la marca de ropa infantil Gepetto y la marca Azzaro. Integrantes de la comunidad coreana de Flores crearon la campaña solidaria “Corea se une” para donar barbijos a varios hospitales públicos. También muchas cooperativas textiles están fabricando barbijos y tapabocas, como la Darío Santillán de Avellaneda. Son algunos pocos ejemplos de los miles de esfuerzos invisibles de trabajadores y pequeños empresarios por contribuir al combate de la enfermedad.
Sin embargo, gran parte de las empresas del sector están cerradas por la cuarentena, lo que implica nulos ingresos y el riesgo de la quiebra. En la dirección correcta, el Gobierno Nacional instrumenta diversas políticas de ayuda, pero la extensión del aislamiento y la crisis económica revisten una gravedad de magnitudes inéditas que obligarán a profundizarlas. El mayor desafío radica en cómo financiar el salvataje y en esa discusión conviene enmarcar el debate sobre el impuesto a las grandes fortunas.
Pasada la pandemia, tendremos la oportunidad de superar el viejo debate sobre industria sí o no e involucrarnos, de una vez por todas, con un programa de mejora de nuestro sector manufacturero, que considere su aporte estratégico a la soberanía nacional. Específicamente en el sector textil-ropa, el objetivo principal debe ser mejorar los niveles de formalidad laboral e impositiva, en paralelo a fuertes inversiones para aumentar la competitividad. El desarrollo económico es un camino tan arduo como necesario para mejorar la calidad de vida de millones de argentinos. No depende solo de la voluntad del gobierno de turno sino de amplios consensos sociales, cuyo contenido se dirime en el debate público en donde la dimensión comunicacional volverá al primer plano.
* Doctor en desarrollo económico.
** Consultor en comunicación estratégica.
Adaptación y potencial
Por Julián Barbella ***
¿Cómo se demuestra el potencial del sector industrial argentino en esta pandemia? Con la puesta en valor de innovaciones tecnológicas y la readaptación de sus procesos productivos. En una Argentina atravesada por el impacto sanitario, social y económico, muchas industrias revelan tener la capacidad de ser un real activo durante y después de la cuarentena. A partir de una gestión exitosa de esta crisis a escala global podrían sentarse las bases de un cambio en la política industrial y, con ella, de la estructura productiva argentina. Para transitar con éxito ese camino, resulta imprescindible establecer un claro diagnóstico de dónde nos encontramos hoy y hacia dónde direccionar esfuerzos.
El primer dato de ese diagnóstico es que el impacto de la pandemia en la producción local ha sido crítico en sí mismo y por su prólogo. Durante las primeras semanas de la cuarentena sólo operó un 20 por ciento de los sectores productivos. Y esto se dio en un escenario ya de por sí complejo para la industria: 22 meses consecutivos de caída interanual de la actividad, retracción promedio del 5 por ciento en el empleo industrial durante 2019 –57.657 puestos menos, algo no visto desde el 2002– y 30 por ciento de caída real promedio en créditos destinados a producción, solo por mencionar algunos indicadores.
En el plano sanitario de la crisis está otra de las claves del diagnóstico: los últimos datos epidemiológicos del Ministerio de Salud indican que un 5% de los casos locales de coronavirus son graves y, por lo tanto, se necesitarán más respiradores mecánicos de los hoy disponibles para los pacientes en terapia intensiva. La oferta de estos productos a nivel global sufre una restricción muy amplia en función de una demanda que se incrementa diariamente. Para dar respuesta a las necesidades de nuestro país, el entramado productivo argentino utiliza a la innovación tecnológica como principal medio para aprovechar los recursos en la cuarentena.
En Argentina la producción de respiradores está concentrada en dos pymes cordobesas, con las limitaciones de escala que eso implica. Ante un stock limitado de respiradores, el Centro de Servicios Industriales (CSI) de la asociación de empresas metalúrgicas ADIMRA comenzó la impresión 3D de conectores que permiten duplicar la cantidad de pacientes por respirador a bajo costo. La asociación, a través de la empresa argentina Adox, también ideó un sistema para adaptar respiradores originalmente destinados a la anestesia al tratamiento de terapia intensiva de pacientes con coronavirus.
Paralelamente, la pyme Intelmaq desarrolló un prototipo de máquina expendedora para barbijos y está diseñando un modelo de respirador artificial portátil. En vistas de agilizar el diagnóstico de pacientes asintomáticos, la startup nacional de base biotecnológica Caspr Biotech fabricó un kit portátil para detectar la presencia del material genético del coronavirus en tan sólo sesenta minutos, a través de una muestra de saliva o sangre.
Esta capacidad de adaptación a los imponderables reafirma las aptitudes de nuestro país para insertarse como imitador temprano de procesos productivos vinculados a los nuevos paradigmas. Estos emergen en un contexto global de cambio tecnológico, particularmente en sectores como software, biotecnología y nanotecnología, impulsando mejoras en la productividad industrial, nuevas formas de aprovechar energías renovables y su almacenamiento, entre otras innovaciones. Para continuar por esta senda se necesita como mínimo promover capacidades ingenieriles y científicas, infraestructura acorde y financiamiento accesible.
Con esto en mente, y una vez superado el aislamiento y la emergencia sanitaria, la promoción y sostenimiento de instituciones avocadas al desarrollo de capacidades tecnológicas están llamadas a protagonizar la política industrial para el mediano plazo. Los centros de investigación del CONICET y de las universidades nacionales, las empresas de base tecnológica, en conjunto con mecanismos de financiamiento como el Fondo Tecnológico Argentino (FONTAR), pueden facilitar las condiciones que materialicen saltos cualitativos del entramado productivo. Pero no solo eso: esta política industrial también es necesaria para prepararnos ante futuras pandemias. Centros de investigación argentinos han desarrollado en solo 45 días el primer test serológico para detectar el COVID-19 en nuestro país y están trabajando para obtener una vacuna. Esto no debe olvidarse cuando esta emergencia pase.
El potencial de nuestra industria y el sistema científico local es un activo en esta crisis y para pensar el mediano plazo. Más temprano que tarde, las medidas coordinadas entre el sector público y privado destinadas al impulso de la investigación científico-tecnológica deberán ser parte de la estrategia clave para que Argentina maximice la oportunidad que parece presentarse. De esta manera algo bueno nos espera al otro lado de la crisis: la posibilidad de un desarrollo industrial virtuoso, sostenible y ambientalmente sustentable.
***Economista UBA.
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