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el Gabinete se llena de rumores y Alberto Fernández resiste

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Cuando recibe invitados en su despacho del Senado, Cristina Fernández de Kirchner no es la que luce sin barbijo en los actos, en aparente actitud despreocupada. Tiene mucho miedo de contagiarse de coronavirus. Exige que quienes van a verla, que son pocos, sean sometidos a un riguroso protocolo. A uno de sus recientes invitados, antes de entrar, le tomaron la fiebre cuatro veces y le dijeron dónde tenía que sentarse: en una cabecera, bien lejos de la otra, que quedaría reservada para cuando ella ingresara. Quienes acceden a esa intimidad, dicen que el viernes, en La Plata, Cristina estuvo demasiado moderada en sus críticas. Que ojalá fueran solo ministros que tienen miedo o que no funcionan. Es el Gobierno. Es Alberto Fernández. Eso es lo que piensa.

El Presidente no puede ignorarlo. Acaba de recibir una intimación pública, que en un primer momento él y sus propios ministros aplaudieron, como negándola o como si el ataque hubiera sido para el Gabinete de Horacio Rodríguez Larreta. Con el paso de las horas la frase fue transformando el semblante de los aludidos y las palabras tomaron la forma de un búmeran.

Cristina prefirió omitir en el discurso sus últimas decepciones. Cuestiones que sí viene abordando en privado. La vicepresidenta aún maldice el operativo de seguridad desplegado en el funeral de Maradona y se ha burlado de la aparición de Alberto con megáfono para intentar calmar a los barrabravas en la Casa Rosada. Tampoco puede creer que el Ejecutivo haya enviado al Congreso el proyecto de legalización del aborto sin constatar que estuvieran, seguros, los votos para su aprobación en el Senado. O que Alberto le haya dado aire al plan de los gobernadores de suspender las PASO sin consultar a La Cámpora, que se opone.

En los últimos días, la ex presidenta también cuestionó el desmanejo comunicacional en torno a la vacuna. Y la lista de ministros que a su criterio deberían buscar otro trabajo se amplió. Marcela Losardo, Felipe Solá, Nicolás Trotta o Matías Kulfas harían bien en darle la bienvenida al club a Ginés González García.


Santiago Cafiero y Matías Kulfas, dos ministros resistidos por Cristina.

Alberto se encuentra, como desde la primera carta de su socia, en una encrucijada. ¿Tendría que hacerle caso y realizar modificaciones en el Gabinete? ¿Implicaría eso una pérdida de autoridad? La primera vez que ella lo pidió, él dijo que no estaba en sus planes. Al poco tiempo, sin embargo, se fue María Eugenia Bielsa, una de las integrantes de aquella lista negra. El ministerio de Desarrollo Territorial y Hábitat quedó en manos de Jorge Ferraresi, el vicepresidente del Instituto Patria.

El antecedente actuó como disparador de uno de los tantos rumores que se instalaron entre los ministros en las últimas 24 horas: ¿se viene un Gabinete más cristinista? Fernández, por ahora, resiste. Acusa a los periodistas de querer quebrar una amistad. 

El discurso de Cristina alteró a las segundas y terceras líneas de varios ministerios, no solo a sus conductores. ¿Es posible seguir trabajando como si nada cuando la dirigente que todos reconocen como la líder del espacio los invalida a la vista de cientos de miles de televidentes? En público, los ministros parecieron emular a Fernández. Celebraron las estocadas aun cuando eran dirigidas a varios de ellos. Están disponibles las imágenes. Se puede ver a quienes aplauden desde el vamos (algunos de pie) y a otros, más tímidos, que solo lo hacen cuando ven que los toma el camarógrafo. Si se mira bien, hay algún estoico que nunca movió las manos.

Uno de esos funcionarios que pasó el mal trago en vivo contaba en las últimas horas que recién pudo tomar dimensión de las palabras por la noche, cuando llegó a su casa y vio la repetición por televisión. Los albertistas mascullaron bronca puertas para adentro. Los más audaces volvieron a encontrar argumentos para justificar por qué en los tiempos de esparcimiento se refieren a ella como «La Maléfica», un seudónimo que nació durante el largo encierro en Olivos. Los jóvenes fieles de La Cámpora respondieron con un apodo para Alberto: «El macho del off», lo llaman. 

Aun con tantas idas y vueltas, la unidad del Frente de Todos en términos de alianza electoral no asoma en duda. En eso sí coinciden las diferentes patas de la coalición. Las próximas legislativas los encontrará bajo el mismo paraguas. Cristina volverá a tener la lapicera, como mínimo, en la provincia de Buenos Aires. Si su lugar en el mundo es El Calafate, su tierra política es el Conurbano. Debería seguir en guardia, y ya no bajarla hasta el final del mandato, Rodríguez Larreta. El cristinismo irá por más. Hay una serie de medidas en estudio, drásticas. No hay por delante un verano apacible.

Axel Kicillof le agradeció al Presidente que le haya quitado ingresos a los porteños en pos de los bonaerenses, aunque dejó en claro que no son suficientes. Cristina y Máximo forzarán más cambios. Ellos son el futuro en los ojos de Cristina y para eso es vital repensar la distribución de los recursos. Porque si otra cosa empieza a quedar en claro con los movimientos de la vicepresidenta es que en el Instituto Patria nadie piensa en Alberto para 2023.  

«Máximo o Axel. De ahí no sale», se oye. El viernes fue la primera vez que el diputado y su madre convivieron en un mismo escenario como oradores. Máximo fue el más condescendiente con sus aliados, en especial -al igual que su madre, y esta es una novedad- con Sergio Massa. Quizá porque el tigrense, como ellos, reclama retoques en el Gabinete o, directamente, un rediseño completo.


Axel Kicillof y Máximo Kirchner, en un reciente acto en Moreno.

Kicillof se deleitó con la puesta en escena en el Estadio Unico. El gobernador siempre sube la apuesta y acaparó la atención, aun la de los intendentes que lo miran con desdén. No pudieron hacer otra cosa. Cristina disertó 17 minutos; Alberto, 16; Axel, 30.

La vice llenó de elogios al mandatario. Su afán fue tal que llegó a decir que todos los dirigentes que fueron ministros de Economía y luego quisieron ser gobernadores de la Provincia fracasaron. Todos menos Axel, planteó. Se olvidó de Antonio Cafiero. Raro, tratándose de un símbolo del peronismo. Por suerte, esta vez, las cámaras no registraron la cara de Santiago Cafiero.

Los pedidos de cambios de Cristina coinciden, a diferencia de hace algunos meses, con cierto malestar de algunos sectores no necesariamente ultrakirchneristas, que piden un golpe de timón en las políticas del Gobierno. Esos sectores le achacan a Alberto una serie de errores de manual, de los que no se puede culpar ni a su socia ni a la prensa. Posar con Liz Solari y sonreír apoyado en una caja cuyo eslogan boicotea el interés de su propia administración, por ejemplo.

O haber anunciado que en diciembre se iba a poder vacunar a diez millones de vacunas contra el Covid sin tener ninguna certeza. «Eso es porque habla varias veces por día y es el único vocero», dicen incluso en su equipo. Es un reclamo que suma adeptos. «Habla más que Cicerón«, suele decir Beatriz Sarlo. Cicerón, uno de los oradores más brillantes de la antigüedad clásica.

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