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Producción: Florencia Barragan
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Control de cambios
Por Cecilia Gonzalez Bonorino *
El control de cambios no es propio de ningún país, modelo económico o período histórico. Es una herramienta que tienen los Estados para proteger sus economías frente a distintas restricciones o crisis externas. Se trata de un instrumento de política que regula la compra y venta de divisas y se diferencia, pero suele completarse con otra herramienta que es el control de capitales, destinado a regular el ingreso y la salida de divisas de un país. Estas medidas se aplicaron en Argentina desde la década del treinta, tanto en gobiernos liberales y conservadores como en radicales y nacionales y populares, sea para atenuar los desequilibrios del comercio exterior y la fuga de capitales, como para evitar comportamientos especulativos o promover las inversiones productivas.
La necesidad de regular el valor del tipo de cambio y los flujos de divisas reaparece en distintos momentos de nuestra historia y seguirá retornando en la medida que no se resuelva la cuestión estructural que le da origen, la conocida restricción externa. Nos referimos a la escasez de divisas que se regenera por dos motivos.
Por un lado, por la estructura productiva desequilibrada derivada de las diferentes productividades del sector agropecuario e industrial, la cual se encuentra asociada a otro proceso histórico determinado por la forma en que penetró el capitalismo en nuestra región, que generó una dependencia financiera, tecnológica e industrial respecto a los países centrales y las grandes empresas multinacionales, limitando las posibilidades de desarrollo.
Por otro, desde mediados de los setenta, por los procesos de endeudamiento externo y valorización financiera que modificaron las reglas de juego, generando grandes ganancias para los capitales especulativos que luego se fugaron al exterior, alterando radicalmente el destino de los recursos de la economía argentina. Al respecto, vale mencionar la permanencia de las leyes de inversiones extranjeras y de entidades financieras, heredadas de la dictadura militar que sientan las bases de un patrón de acumulación que favorece la especulación y desincentiva la inversión productiva, actuando como barreras a la superación de la restricción externa y el alcance del desarrollo.
La economía bimonetaria es entonces el resultado de un proceso histórico que amplificó los problemas de déficit de balanza de pagos, condicionó la estructura de producción, el modo de acumulación y la distribución del ingreso. Estos problemas estructurales provocaron y provocan un mecanismo perverso donde distintos actores y sectores se dolarizan para cubrirse de las fluctuaciones de la economía, alimentando el circulo vicioso que determina el debilitamiento del peso. La mayor parte de estos comportamientos no responden a ideología alguna.
No obstante, persiste un sector minoritario, pero de grandes dimensiones con comportamientos especulativos que siempre puja por regresar a las políticas neoliberales, desestabilizando a la economía (actuando sobre las expectativas, alterando los dólares paralelos, reteniendo mercadería, aumentando precios, etcétera) y a la sociedad; para luego ofrecer su manual de resoluciones que les asegura la apropiación de la riqueza que se genera en el país, para luego fugarla al exterior. Parte de ahí la idea de avanzar en un acuerdo político, económico y social como condición necesaria para superar los problemas que genera una economía bimonetaria y sortear las restricciones para alcanzar el desarrollo.
La falta de divisas es un problema estructural que supera la cuestión cambiaria y exige de medidas que deben ir en varios frentes. Reducir un debate tan complejo solo a la cuestión cambiaria, discusiones que por otra parte no se siembran sobre bases objetivas de la economía real, no hace más que favorecer la agenda económica que imponen algunos dirigentes influyentes que disfraza sus pretensiones de volver al modelo neoliberal.
* Economista UBA e integrante del Observatorio de Políticas Públicas de la Universidad Nacional de Avellaneda (Undav).
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Cortar el círculo vicioso
Por Matías Rajnerman **
Según la teoría económica, el dinero tiene tres funciones: medio de cambio, unidad de cuenta y reserva de valor. En la Argentina, el peso cumple enteramente la primera función, la segunda a medias y para nada la tercera. En sentido contrario, el dólar no sirve para comprar bienes y servicios -salvo algunos mercados puntuales-, pero sí como un resguardo contra la inflación. Por este motivo, se suele decir que tenemos una economía bimonetaria; una economía en donde se gana y se gasta en pesos, pero se ahorra y se piensa en dólares.
La economía bimonetaria es un problema. Además de las necesidades de divisas para cubrir importaciones, pagos de deuda y gastos en el exterior, nuestro país requiere divisas para ahorrar. Como resultado, tenemos una demanda constante y latente de dólares, que siempre está presente y agrava sistemáticamente las presiones devaluatorias.
En consecuencia, corregir esta “bimonetariedad” es fundamental. Entender por qué sufrimos este problema, que no es generalizado a lo largo del mundo, ni siquiera dentro de los países en desarrollo o de la región, nos ayudará a pensar cómo superarlo.
A lo largo de nuestra historia, nunca se fomentó el ahorro en pesos. Por el contrario, quien decidió comprar dólares siempre terminó ganando. De esta forma, se generó un incentivo perverso para nuestra economía, en donde la compra de dólares termina auto-convalidándose y volviéndose rentable por su propia fuerza. Como resultado, tenemos una fuente extra de demanda de divisas, que provoca más volatilidad y presiones en el mercado cambiario y obliga muchas veces a devaluar. Para peor, esta dinámica termina premiando, en última instancia, a quien compró dólares y fue contra el peso.
La solución entonces es generar mecanismos alternativos de ahorro, que desalienten parte de la demanda de divisas y le aporten estabilidad al mercado cambiario. Ahora bien, si es tan fácil, ¿por qué no se hace? Porque la forma de alentar el ahorro es mediante una tasa de interés alta sostenida en el tiempo, contracara de un costo de financiamiento elevado, que puede generar algunos desincentivos al consumo y a la inversión en el corto plazo. Concretamente, que los ahorros en pesos le ganen a la inflación, implica, casi necesariamente, que la tasa de interés de los préstamos y las compras en cuotas también lo haga. Por lo tanto, implica, casi necesariamente, un enfriamiento de la economía en el futuro inmediato.
Al principio de la era Macri, algo de esto se intentó a través de las LEBACs. Sin embargo, su resultado fue estrepitoso: estas letras fueron la explicación inmediata de las sucesivas devaluaciones de 2018 y la inestabilidad posterior. ¿En dónde estuvo el problema? En la excesiva desregulación del mercado cambiario, que permitió la libre e inmediata entrada y salida de dólares de nuestro país.
No alcanza entonces con que la tasa de interés solamente le gane a la inflación, que sea positiva en términos reales, sino que además debe ganarle a la devaluación esperada, es decir, ser positiva en dólares. En un mercado cambiario tan volátil como el argentino, esto implicaría una sobre-tasa excesiva si no hay controles a la movilidad de capitales. En consecuencia, además de una tasa de interés que le gane a la inflación, los ahorros en pesos tienen que ganarle a la devaluación.
La economía bimonetaria es causa y consecuencia de la crisis. Ahorramos en dólares porque el peso no es resguardo de valor y, a la vez, el peso no es resguardo de valor, porque, entre otras cosas, ahorramos en dólares. Cortar con este círculo vicioso es el primer paso para desdolarizar nuestra economía. No se logrará con decretos o leyes, sino con un “triunfo” sistemático y persistente de quienes elijan al peso como su mecanismo de ahorro. El camino es arduo y con varios costos. Sin embargo, los beneficios son fundamentales; tanto que vale la pena transitar el camino.
** Economista jefe de Ecolatina.
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