https://images.pagina12.com.ar/styles/focal_16_9_960x540/public/media/articles/60968/mundo-en-llamas_0.jpg?itok=eykqsBAf
La deuda pública argentina está en virtual default. El gobierno de Alberto Fernández no quiere que esa herencia de Mauricio Macri se convierta en default abierto. Pero el estallido de la crisis global por la expansión del coronavirus que ha derrumbado en forma vertical la economía mundial convierte en insignificante la situación de la deuda argentina.
Por el eventual default de la deuda argentina sólo están ansiosos voceros locales de los acreedores externos que ni el derrumbe de la economía mundial los aleja de sus obsesiones bien pagas. Ahora el riesgo mayúsculo que existe no es el default de un país periférico, sino el estallido de un default global de deudas soberanas, corporativas y de hogares.
El Instituto de Finanzas Internacionales, que agrupa a los principales bancos del mundo, estima que la deuda mundial suma 253,2 billones (millones de millones) de dólares en 2019. Ese monto equivale a 322 por ciento del Producto Interno Global, esto es la generación material de bienes y servicios en el mundo. Nunca antes esa relación había alcanzado un valor tan elevado. Existe mucha más deuda en circulación que riqueza material que respalde ese capital, exceso que se denomina «capital ficticio».
Los países emergentes acumulan deuda por 72,5 billones de dólares (223 por ciento del PIB de esas economías), mientras que los países desarrollados registran una deuda de 180,1 billones (383 por ciento de su PIB).
Esos indicadores de solvencia deuda/PIB empeorarán aún mucho más con la crisis: subirán mucho los pasivos y bajarán mucho los Productos.
Desde hace siglos, esa inconsistencia se resolvió con defaults de deudas, que destruyen el capital ficticio acumulado por burbujas especulativas. Es el escenario más probable en estos próximos meses donde el funcionamiento de la economía se ha paralizado por la pandemia.
Vulnerables
No debería sorprender los default de deuda. Lo extraño es cuando existen periodos prolongados sin que suceda alguno. La insolvencia de deudas soberana o corporativa es un acontecimiento repetido que recorre la historia del capitalismo. Ocurrieron en diferentes etapas, desde la formación de los Estados nacionales, el mercantilismo, el capitalismo moderno hasta la presente globalización financiera.
La actual vulnerabilidad financiera sistémica es anterior a la pandemia coronavirus, sólo que ahora queda expuesta en su forma más fulminante. Las dos últimas grandes burbujas especulativas, la de las empresas puntocom en 2001 y la de los créditos subprime 2008, provocaron fuertes recesiones que se atendieron con más y más deuda.
El ritmo de emisión fue vertiginoso después de esa última debacle. Las bancas centrales colocaron paquetes inmensos de deudas por un total de 11 billones de dólares para salvar bancos y empresas, y, a la vez, las compañías rescatadas emitieron luego más deuda con tasas muy bajas, alimentando de ese modo una nueva burbuja especulativa.
Inestabilidad
En octubre pasado, el FMI presentó el último reporte de Estabilidad Financiera Global advirtiendo acerca de la fragilidad del sistema financiero mundial por el aumento de la carga de la deuda corporativa, el incremento de las tenencias de activos más riesgosos y más ilíquidos por parte de inversores institucionales, y por la creciente dependencia de los préstamos externos de los países emergentes.
Los economistas Tobias Adrian y Fabio Natalucci, autores del documento, definieron un escenario crítico y entregaron una inquietante cifra de la deuda con probabilidad de default.
Plantearon que con una desaceleración económica mitad de severa que la de 2008-2009 la deuda corporativa en riesgo, que es la deuda contraída por empresas que no pueden cubrir el pago de intereses con sus ganancias, asciende a 19 billones de dólares. Este monto representa el 40 por ciento del total de la deuda corporativa de las ocho principales economías del mundo.
Ese cálculo fue realizado considerando que una eventual recesión fuera la mitad de intensa de la registrada en la anterior crisis. El consenso de economistas y organismos internacionales es que la actual debacle será por lo menos el doble de aguda.
Una estimación lineal del escenario base presentado por Adrian y Natalucci, con el presente escenario de colapso de la actividad económica y crac bursátil, entrega como saldo un default global de deudas impactante.
La mayoría de las corporaciones no podrá cumplir con el pago del capital e intereses porque se frenó el giro comercial de su negocio, al tiempo que los bancos no estarán motivados a entregar nuevos créditos.
La declaración de insolvencia masiva está a un paso de ese abismo, sólo podrá frenarse en algunos casos con la intervención de los gobiernos. El Congreso de Estados Unidos está por aprobar un paquete de rescate de 2,2 billones de dólares, el triple del aplicado en la crisis 2008. Sólo el 10 por ciento de ese monto será para salvatajes corporativos. Las bancas centrales (Reserva Federal y Banco Central Europeo) tienen también preparadas ambulancias para salir a socorrer a bancos y corporaciones. Se sabe que no podrán hacerlo con todas. La Fed y el Tesoro disponen de 6,5 millones de dólares, y el BCE además se comprometió a comprar deuda de países de la Unión Europea.
Depresión
La atención mundial se concentra en aplanar la expansión del coronavirus con el aislamiento social obligatorio. La consecuencia de esa estrategia médica en el frente económico es una profunda recesión, que algunos economistas estiman que puede ser peor que la generada por el crac del ’29.
Nouriel Roubini, economista turco-estadounidense, conocido como “Dr. Doom” por anticipar la crisis subprime, publicó en Project Syndicate el artículo «A greater depression». Dice que este crac bursátil contabilizó una caída en tres semanas lo que en el crac del ’29 sucedió en tres años.
Señala que los bancos Goldman Sachs, JP Morgan y Morgan Stanley esperan que el PIB de Estados Unidos baje de 24 a 30 por ciento anualizado en el segundo trimestre, y que el secretario del Tesoro, Steve Mnuchin advirtió que el desempleo podría superar el 20 por ciento. Roubini apunta que “cada componente de la demanda agregada (consumo, inversión, exportaciones) está en una caída sin precedentes”.
Si bien hoy la angustia colectiva está en superar la pandemia, cuando se precipita una recesión con riesgo a que se convierta en una depresión y que además sea global, los ingresos de los hogares y de las compañías colapsan y el desempleo aumenta a velocidad devastadora de la convivencia social.
Se produce un efecto multiplicador negativo en la economía arrojando a empresas y bancos hacia la quiebra. Si además los balances de esas compañías están colmados de pasivos, la caída se acelera.
Catástrofe
El economista británico Michael Roberts detalló en su blog que en Estados Unidos, en los últimos diez años de dinero barato por tasas cercanas a cero, las corporaciones no financieras duplicaron su endeudamiento, al pasar de 3,2 billones de dólares en 2007 a 6,6 billones de dólares en 2019.
Los economistas Joseph Baines y Sandy Brian Hager escribieron «Covid-19 y la próxima catástrofe de la deuda corporativa». Indican que las pequeñas y medianas empresas enfrentan el mayor riesgo de default. En ese sentido, especulan con que el saldo de esta crisis será una mayor concentración económica.
Explican que la administración de las finanzas de las corporaciones en Estados Unidos tuvo un cambio radical hace 40 años, en coincidencia con la irrupción de los gobiernos neoliberales y desreguladores de Ronald Reagan, en ese país, y de Margaret Thatcher, en Gran Bretaña. En los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial hasta mediados de los ’70, periodo que se conoce como la edad de oro del capitalismo, las corporaciones acumulaban ganancias para reinvertirlas en expandir la capacidad de producción.
Desde comienzos de los ’80, esa política fue alterada y pasó a ser dominante la estrategia de maximizar la retribución a los accionistas mediante la distribución de dividendos, restando recursos propios para la reinversión. Para mantener el ritmo de inversiones apareció el endeudamiento que, en gran parte de este ciclo largo del capital, fue barato por tasas de interés muy bajas.
De ese modo se fue alimentando una inmensa burbuja especulativa de deudas corporativas que algún evento inesperado y brusco podía interrumpir esa cadena de la felicidad. Ese evento fue la crisis del coronavirus y el consiguiente crac global de las bolsas.
Baines y Hager son contundentes con la siguiente advertencia: «Estamos en aguas peligrosas; si los acreedores se asustan y la carga de intereses aumentan, una ola de incumplimientos de pequeñas firmas podría enviar ondas de choque, a través del ya inestable mercado financiero, para ampliar el colapso hacia grandes corporaciones».
Tormenta perfecta
El cisne negro de la pandemia coronavirus es un shock extraordinario por la coincidencia de factores muy perturbadores:
* La clausura casi total de actividades productivas y comerciales en más de la mitad de la economía mundial.
* El consiguiente derrumbe del precio del petróleo.
* Caída que se produjo casi en simultáneo con el crac de los mercados de capitales y bursátiles.
* El derrape de esos mercados está provocando la parálisis del crédito y, por lo tanto, también la cancelación de intereses y capital de deudas.
* El escenario de fragilidad financiera, aislamiento social obligatorio y freno a los motores de la producción y el comercio, si se extiende en el tiempo, derivará en el colapso de las cadenas de abastecimiento global.
* El saldo de este cataclismo es un alza abrupta del desempleo y del malestar social.
Esta secuencia es la tormenta perfecta del caos económico. Los paquetes de salvatajes serán insuficientes para detener la ola de quiebras y defaults de deudas.
Los países de la periferia están padeciendo además una fuga de capitales especulativos fulminante de unos 80 mil millones de dólares, contabilizó el Instituto de Finanzas Internacionales. En el último mes y medio, esa salida fue más acelerada y pronunciada que las de las crisis de 2008 o asiática de 1998.
La huida de esos capitales se le agrega la caída de los precios de materias primas y de las exportaciones, lo que implicará una merma en la disponibilidad de divisas, y el derrumbe de la actividad interna.
En ese contexto una ola de defaults de deudas sobernas se acerca si no se frena la salida de capitales y se extiende la parálisis de la economía mundial.
El por ahora default virtual de la deuda argentina o el default abierto del Líbano, que anunció que no puede cumplir con un eurobono de 1200 millones de dólares, son irrelevantes en ese escenario global.
Ola de deudas
La tormenta perfecta para los países emergentes y en desarrollo derivará en que cuidarán las reservas disponibles y no las destinarán a pagar ni intereses ni capital de sus bonos.
Ayhan Kose, Peter Nagle, Franziska Ohnsorge y Naotaka Sugawara, economistas del Banco Mundial, publicaron hace dos semanas el texto «Deuda y crisis financieras: ¿se repetirá la historia?». Señalan que la mayor parte del aumento de la deuda soberna desde 2010 se produjo en los mercados emergentes y las economías en desarrollo, que vieron aumentar su deuda en 54 puntos porcentuales del PIB a un récord de aproximadamente el 170 por ciento del PIB en 2018.
Precisan que la ola actual de deuda se destaca por su tamaño, velocidad y amplitud excepcionales. Dicen que es el aumento más grande, más rápido y más amplio de la deuda en esos países en los últimos 50 años. Explican que es la cuarta ola desde la década del ’70. Las otras tres son la del ’70 y ’80 concentrada en América latina, la del ’90 en Asia y la tercera en Europa. Coinciden en que cada una de esas olas de endeudamiento culminó en una crisis financiera.
Esas crisis «generalmente se desencadenaron por shocks externos que resultaron en fuertes aumentos en la aversión al riesgo de los inversores, picos en los costos de los préstamos y paradas repentinas de las entradas de capital».
Algunos de esos atributos se están verificando con la crisis del coronavirus. Por eso el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional adelantaron el pedido a los países centrales para que no exijan la cancelación de deudas bilaterales con países pobres, la mayoría de África.
El FMI anunció a la vez que, más allá de sus servicios tradicionales de préstamos, explorará opciones adicionales para ayudar a los países miembros que experimentan escasez de divisas. Argentina se anota en ese grupo.
Inédito
Nunca antes casi la mitad de la población mundial está en aislamiento social obligatorio. Poco más de 3100 millones de personas, cantidad que puede aumentar en estas semanas, están confinadas en sus hogares. Y la Organización Mundial de la Salud reclama que los países que todavía no dispusieron la cuarentana, la decidan en forma urgente para frenar la expansión del virus.
La actividad económica fue literalmente clausurada en China, Estados Unidos y Unión Europea, los principales motores de la economía mundial que representan en conjunto el 62 por ciento del Producto global.
Ni en la primera y segunda guerra mundial y ni en la gran depresión de la década del ’30 sucedió algo parecido. El riesgo a un default masivo de deudas corporativa y soberana irrumpió entonces con fuerza porque nunca antes hubo una crisis global de estas características.
[ad_2]
Fuente
Más historias
Una familia tipo cordobesa destinó hasta el 63% de su ingreso a la alimentación en octubre
La canasta de crianza aumentó 4% en octubre
El salario mínimo quedó por debajo de la canasta básica en octubre de 2024