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Al final no hubo crisis institucional, ni sangrienta revolución en las calles, ni derrumbe democrático. Donald Trump pataleó, demandó, insultó y amenazó como si fuera un personaje despedido de su propio show.
Mientras tanto el traspaso de poder real a Joe Biden no lo pronunció ninguna corte electoral, ni organismo oficial, ni siquiera los propios candidatos.
Ocurrió cuando las cadenas de televisión, agencias de noticias, portales de diarios y demás reconocidos medios de comunicación empezaron a informar, casí al unísono, que según sus cálculos, el candidato demócrata había alcanzado los 270 electores. La cantidad necesaria para hacerse elegir presidente. A partir de entonces, esos medios empezaron a llamarlo “presidente electo Biden”.
El primero en declarar ganador a Biden había sido la cadena CNN a las 11 y 24 del sábado, horario de la costa este. Durante el minuto siguiente hicieron el anuncio las cadenas NBC, CBS, ABC y el sitio de noticias MSNBC. A las 11:36 fue el turno del Washington Post y a las 11:40, en la voz de su presentador más respetado, Chirs Wallace, se pronunció la cadena Fox News.
Si quedaba alguna duda se terminó de despejar cuando la propia Fox, principal arma mediática de Trump, dejó colgado durante horas una chapa roja en la esquina inferior de la pantalla, con la leyenda “Biden presidente electo». Y ahí se acabó todo.
O sea, en determinado momento, el avance del conteo llevó a cinco, seis o diez instituciones privadas e independientes de los tres poderes del gobierno, en base a su demostrable experiencia en la recolección y publicación de información de actualidad, llegando casí todos al mismo tiempo, o sea con mas o menos las mismas fuentes de información, a anunciar que había ganado Biden.
El traspaso de poder fue instantáneo, inmediato e inapelable y aún no había intervenido ni un solo actor estatal. Ni siquiera el presidente electo, que acompañaría con un tuit recién minutos después del coro de anuncios y que recién se mostraría en público muchas horas más tarde, después del anochecer
La suerte está echada. Lo dice todo el nombre que los propios estadounidenses eligieron para nombrar esta etapa devaluada del mandatario actual. Lame duck. Pato rengo. Andá a protestar a tribunales, pato rengo. Ahora manda Biden, dice la realidad.
No debería sorprender a nadie. Cuanto menos actúan las instituciones más fuertes son, diría Althusser. No quiere decir que las instituciones estadounidenses sean buenas o malas, mejores o peores que las de Venezuela o Rusia. Pero tampoco parece prudente agarrarse de algunas demoras en procesar una inédita cantidad de votos por correo, en medio de una pandemia, más alguna protesta callejera alentada por un candidato mal perdedor, para concluir que esta elección fue algo más que una metáfora del derrumbe del imperio americano.
Se va Trump, llega Biden, los procesos continúan. No cambia todo, tampoco cambia nada. El presidente anterior, Mauricio Macri, tenía una relación personal con Donald Trump que facilitó al país el acceso a importantes créditos.
La relación siguió siendo buena bajo la presidencia de Alberto Fernández, quien había sido uno de los interlocutores habituales de la embajada estadounidense durante su gestión como funcionario de los gobiernos kirchneristas.
Los demócratas suelen llevarse bien con los gobiernos peronistas. Los latinoamericanistas del partido Demócrata tampoco son demasiados y en el gobierno hay quienes los conocen bien. Por lo que es muy probable que las relaciones sigan siendo buenas, sin mayores sorpresas.
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