https://images.clarin.com/2019/12/11/alberto-fernandez-un-dia-despues___Y-xMLnnz_1200x630__1.jpg
La historia diplomática reciente indica que las relaciones de la Argentina con los Estados Unidos, de ser categorizadas, podría decirse que fueron: “leales” en el gobierno de Raúl Alfonsín; “carnales” con Carlos Menem; “hostiles” en las gestiones de Néstor y Cristina Kirchner; y “devotas”, con Mauricio Macri. Obvio que cada etapa no sólo responde a cuestiones ideológicas sino también a las urgencias que tuvo cada gobierno en un momento determinado.
Por el ideario de Alberto Fernández y el contexto en el que asume, al menos en el inicio su gobierno, no se perfila hacia relaciones “carnales” pero tampoco “hostiles”.
La Casa Rosada necesita más que nunca del apoyo de Donald Trump para encarar una ambiciosa negociación con el FMI, que no será fácil. El Fondo tiene prestado 101 mil millones de dólares en todo el mundo, y sólo a la Argentina, 44 mil millones.
Estados Unidos fue clave para que el gobierno de Macri obtuviera semejante desembolso. Incluso para algunos analistas, terminó forzando a Christine Lagarde a diseñar un crédito histórico para el país, en condiciones nada ideales. Lo ordenaba Trump y lo ejecutaba su hombre fuerte en el organismo, David Lipton.
Si bien pesó el vínculo personal de Trump con Macri y el miedo al regreso de Cristina al poder, también lo hicieron los intereses geopolíticos de Washington. Hasta el ex todopoderoso Secretario de Estado y Asesor de Seguridad Nacional Henry Kissinger -de 96 años y muy activo- intercedió ante Lipton para que se le diera semejante suma a la Argentina. ¿Por qué? Por el terror chino. Además de preocuparle la pelea comercial con el gigante asiático, a EE.UU le inquieta la pérdida de su influencia en América Latina donde desde hace tiempo desembarcó el gobierno de Beijing.
Mauricio Macri, cuando era presidente, y Donald Trump. Foto: EFE/EPA/KAZUHIRO NOGI / POOL
A tres días de cumplir un mes en el poder, Alberto Fernández profundizó las restricciones para acceder al dólar; hizo aprobar un paquete legislativo que le da herramientas para tomar decisiones sin pasar por el Congreso; utilizó reservas del Banco Central para pagar deuda; y consiguió poner algo de dinero en los bolsillos a través del bono a privados y estatales, el congelamiento de tarifas y una suba limitada de algunos precios de la alimentos básicos. Por su alto costo, ese esquema es para el corto plazo.
“Generamos un marco de arranque para poder discutir con el Fondo y con los acreedores y esperamos que en 180 días esté el resultado” de la negociación por la deuda, suele repetir Alberto Fernández a sus colaboradores sobre el paso que viene.
Para el Presidente, la fecha clave es el 31 de marzo. Cree que para ese entonces va a estar en condiciones de establecer cómo quedó la economía y de diseñar un Presupuesto acorde. “El dice que está tranquilo”, indica uno de sus ministros.
Ante esa panorama, la ayuda Trump adquiere una dimensión sustancial. Pero, ¿a cambio de qué? En la Casa Rosada afirman que Washington no pidió ningún bloqueo comercial a China. Sí planteó la necesidad de que la Argentina se quede en el Grupo de Lima, porque de lo contrario para Estados Unidos sería una derrota. De hecho, la Argentina se mantiene adentro, aunque en el conflicto venezolano no firmó una declaración conjunta y se manifestó aparte.
Cerca de Fernández aclaran que no tienen ninguna relación ni negocios con Caracas y que no hubo hasta ahora una solicitud de EE.UU. por la posición argentina -no condenatoria- del régimen de Maduro. Claro que el duro comunicado del gobierno en contra de Maduro por el golpe parlamentario a Juan Guaidó, debe haber tranquilizado a los halcones de Trump.
Días atrás, la agencia Bloomberg hizo trascender que un alto funcionario de Trump había dicho que la ayuda de la Argentina a Evo Morales podía costarle el respaldo de nuevos fondos e inversiones del FMI con Vaca Muerta. ¿Podría costarle también el apoyo para negociar con el Fondo?
“El tema de Evo no es un problema para Estados Unidos”, aseguran altas fuentes del Gobierno. Argumentan que el dirigente del MAS boliviano no tiene el mismo poder que cuando era mandatario, que no será candidato en las presidenciales de junio y encima, un sector de su partido le da la espalda. Dejó de ser una amenaza, estiman.
El otro elemento que podría interpretarse como conflictivo para el gobierno es su posición sobre la causa Nisman. Sobre todo porque la denuncia del fiscal en el fondo, además de Cristina, iba dirigida a Irán, país con el que EE.UU. acaba de romper relaciones al asesinar al general Qasem Soleiman. Alberto Fernández dijo estos días, en privado: “Nunca nadie del gobierno norteamericano me habló del tema Nisman y tampoco del tema AMIA”.
La duda que queda expuesta es cuál es la percepción de Trump sobre el gobierno argentino. Si la de Mauricio Claver Carone, que llegó para asistir a la asunción de Fernández pero se negó a concurrir porque estaba presente el ministro de Comunicación venezolano, Jorge Rodríguez; o la de Michael Kozak, secretario del Hemisferio Occidental del Departamento de Estado, que al día siguiente de la asunción tuvo una reunión cordial con Fernández.
Para el Presidente hay una explicación, dicen. Lo interpreta como una interna en la administración Trump entre el Departamento de Estado y la Casa Blanca, en medio de una campaña electoral que, según esa lectura presidencial, lleva a una sobreactuación en el “declaracionismo”. De un lado, está la diplomacia estadounidense y del otro, los que buscan ganar votos en el latino estado de Florida y esgrimen posiciones radicalizadas contra todo lo que huela a chavismo. Allí ubican a Claver Carone.
De todas maneras, ante un gobierno aún sospechoso bajo la mirada norteamericana, sobre todo por la presencia de Cristina Kirchner y su pasado beligerante con Washington, en lógico esperar que haya demandas complejas si es que Argentina requiere una “ayuda” con el FMI.
[ad_2]
Fuente