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La escalada entre Estados Unidos e Irán continuó en la madrugada del sábado con un nuevo bombardeo estadounidense contra los proiraníes en Irak. Poco después de que el presidente Donald Trump asegurara que no buscaba la guerra con Irán, Washington volvió a bombardear. Hubo más «muertos y heridos» en un ataque aéreo al norte de Bagdad contra un convoy de las Fuerzas de Movilización Popular o Hashd al Shaabi, una coalición de paramilitares proiraníes ahora integrados en el Estado iraquí. Las Fuerzas de Movilización Popular acusaron a Estados Unidos por el nuevo ataque.
Las FMP denunciaron que las víctimas del bombardeo fueron tres vehículos que transportaban personal médico de su organización por la carretara que une las ciudades de Samara y Bagdad. Los impactos sobre dos de los tres autos se produjeron 30 kilómetros al norte de la capital. Como consecuencia del último ataque, las milicias chiítas proiraníes aseguraron que se produjeron seis muertes y tres heridos.
Un día antes, fue un «disparo de precisión de un dron» estadounidense el que sumió al mundo entero en la incertidumbre, haciendo temer «una nueva guerra en el Golfo» que «el mundo no puede permitirse», según la ONU. En medio de la noche, como este sábado, el bombardeo estadounidense fue dirigido contra dos coches que salían del aeropuerto de Bagdad. En su interior estaban Soleimani, el artífice de la estrategia iraní en Oriente Medio, y Abu Mehdi al Muhandis, el hombre de Irán en Bagdad. Ambos murieron en el acto.
Irán amenazó con «una dura venganza» por la muerte de su general más popular, que todo Oriente Medio creía intocable. Se llevará a cabo «en el lugar correcto y en el momento adecuado», añadió. Una declaración que dispara el miedo de que Irak se convierta en un campo de batalla indirecto para sus dos aliados: Teherán y Washington.
Bagdad teme «una guerra devastadora» en su territorio. Por de pronto, el sábado será el escenario de una nueva demostración de fuerza de Teherán y sus aliados locales, con un funeral oficial y popular de los dos hombres muertos el viernes.
Demostración de fuerza
El martes, el cortejo fúnebre de 25 combatientes proiraníes muertos en ataques estadounidenses cerca de Siria degeneró en la ultraprotegida Zona Verde de Bagdad. Bajo los golpes de barras de hierro y de arietes improvisados, la primera muralla de la embajada estadounidense en Bagdad se derrumbó. Había miles de proiraníes enfurecidos.
Es en este barrio donde se celebrará el sábado un funeral nacional para Soleimani y Muhandis. Después, los cuerpos de los diez muertos en el ataque estadounidense en el aeropuerto serán expuestos a la muchedumbre en Bagdad y serán llevados a las dos ciudades sagradas chiitas del sur de Irak, Kerbala y Nayaf, para las oraciones finales antes del entierro de Muhandis y del traslado del cuerpo de Soleimani a Irán.
Lejos de Bagdad, la escalada entre Teherán y Washington prosigue. Cada uno afirma tener derecho a «defenderse». Trump asegura haber ordenado la eliminación de Soleimani para «detener» una guerra y no para comenzar una, y afirmó que un ataque contra los estadounidenses era «inminente». Sobre los «terroristas» que amenazarían los intereses de Washington dijo: «Los encontraremos. Los eliminaremos».
«No buscamos un cambio de régimen» en Irán, añadió sin embargo.
En la República Islámica se han decretado tres días de duelo en memoria de Soleimani, de 62 años. Decenas de miles de personas desfilaron en Teherán al grito de «Muerte a Estados Unidos».
Estados Unidos cometió su «peor error» matando a Soleimani, advirtió el consejo supremo de seguridad nacional, el máximo órgano de seguridad de Irán.
El guía supremo de Irán, Ali Jamenei, y el presidente Hasan Rohani, que rápidamente designaron al sucesor de Soleimani, Esmail Qaani, también pidieron represalias.
Sed de venganza
Desde que Estados Unidos mató a Soleimani, se ha creado un raro consenso en Irak, desgarrado durante más de tres meses por una revuelta popular que denuncia la corrupción y la influencia de Irán.
Como Washington «violó la soberanía de Irak», en palabras de los dirigentes del Estado, los comandantes de las Fuerzas de Movilización Popular llamaron a sus combatientes a «estar preparados». El turbulento líder chiita iraquí Moqtada Sadr incluso reactivó al Ejército del Mehdi, su milicia disuelta tras haber hostigado al ocupante estadounidense en Irak (2003-2011).
Hadi al Ameri, jefe de los proiraníes en el Parlamento, dijo que ahora hay que «cerrar filas para expulsar a las tropas extranjeras» de Irak.
Los diputados se reunirán el domingo y podrían denunciar el acuerdo iraquí-estadounidense que regula la presencia de 5.200 soldados estadounidenses en territorio iraquí. Y esto, justo cuando Washington ha anunciado el despliegue de 3.000 a 3.500 soldados adicionales en Kuwait, vecino de Irak, de modo preventivo, según un alto funcionario del Pentágono, además de los 750 enviados esta semana.
El aliado libanés de Teherán, el Hezbolá, prometió «un castigo justo» a los «asesinos». Y en Yemen, los rebeldes hutíes, respaldados por Teherán, pidieron «represalias rápidas».
En Washington, los republicanos aplaudieron las operaciones y los demócratas criticaron una decisión que consideran irreflexiva.
«El presidente Trump acaba de arrojar un cartucho de dinamita en un barril de pólvora y le debe una explicación al pueblo estadounidense», reaccionó el ex vicepresidente Joe Biden, candidato presidencial para noviembre. Rusia, Francia y el Reino Unido también han expresado su preocupación.
En el ámbito económico, los precios del petróleo han subido debido a que los mercados temen perturbaciones o incluso el bloqueo de los petroleros en el Estrecho de Ormuz.
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