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Desde Madrid.En el día en el que España superó la dramática barrera del millón de infectados por la Covid-19, el Congreso de los Diputados vivió uno de los espectáculos más extravagantes desde la recuperación de la democracia en 1977. La extrema derecha disfrutó del mayor altavoz al que ha tenido acceso desde su irrupción en la política española gracias al debate de la moción de censura presentada por Vox, cuyo líder, Santiago Abascal, tuvo la oportunidad de pronunciar un discurso sin límite de tiempo como candidato a reemplazar a Sánchez y formar gobierno. Su intervención, de dos horas y diez minutos, fue una exhibición no sólo de radicalismo ideológico, sino también de una lectura patológica de la realidad.
Además de su ya acostumbrada criminalización de los inmigrantes y de la reivindicación de un estado centralizado opuesto a la organización institucional fijada por la Constitución de 1978, el líder de la extrema derecha reivindicó a Donald Trump, acusó a China de propagar la Covid-19, negó el cambio climático y arremetió contra el feminismo, el magnate George Soros, la Unión Europea y el gobierno ‘socialcomunista’ de Pedro Sánchez. Su discurso fue un conglomerado de lugares comunes de la extrema derecha europea y de un análisis extravagante de la política internacional, pero consiguió situarse por un día en el centro de la atención de la opinión pública española.
El reglamento del Congreso de los Diputados establece la posibilidad de plantear una moción de censura contra el gobierno que de prosperar supone la caída el ejecutivo en ejercicio y la investidura del candidato propuesto. Presentarla es fácil, ya que sólo es necesario contar con la firma de un diez por ciento de la cámara, es decir 35 diputados. Pero para que triunfe es necesaria la mayoría absoluta. En su historia reciente, España había sido testigo hasta ayer de cuatro iniciativas de este tipo, aunque solamente una, la presentada por Pedro Sánchez contra Mariano Rajoy en 2018, salió adelante.
La de ayer, miércoles, presentada por los 52 diputados de Vox, fue la quinta y aunque la votación no se celebrará hasta este jueves ya se sabe que no prosperará. La extrema derecha tiene un grupo parlamentario numeroso, pero está muy lejos de conseguir los 176 votos necesarios. Su objetivo, claramente, no era desplazar a Sánchez, sino mostrar al partido ultra como la única alternativa al gobierno de coalición del PSOE y Unidas Podemos. Por ello, prácticamente todos los analistas españoles han coincidido en advertir que no ha estado dirigida contra Pedro Sánchez, sino contra Pablo Casado, presidente del Partido Popular y líder de la oposición, un lugar del que el líder de Vox, Santiago Abascal pretende desplazarlo.
Con 88 diputados, el grupo parlamentario del PP es el más reducido desde que José María Aznar consiguiera unificar a la derecha a principios de los noventa. Pablo Casado, cuyo movimiento pendular que por momentos intenta contener la sangría de votos hacia la extrema derecha y por momentos procura seducir al electorado centrista, se enfrenta a un dilema que aún se ignora cómo afrontará. Descartado el voto favorable a la moción, sus opciones son pronunciarse en contra para desmarcarse de los ultras o abstenerse, como le están pidiendo sus diputados más escorados a la derecha extrema, entre ellos la recientemente destituida portavoz parlamentaria, Cayetana Álvarez de Toledo.
A falta de conocer cuál será la decisión de Casado, los partidarios de no hacerle el juego a Abascal se armaron este miércoles de argumentos. La intervención del candidato de Vox puso al descubierto hasta qué punto las posiciones de la extrema derecha no son homologables a las de una formación considerada partido de Estado y alternativa de Gobierno en un país miembro de la Unión Europea.
En su intervención, quien se presentaba como candidato a presidir el gobierno español aseguró que su formación es víctima de una persecución organizada por la «mafia del gobierno socialcomunista», de los «aliados de la narcodictadura venezolana» -en referencia a Unidas Podemos-, y de los «traidores y renegados que quieren romper España”, en alusión a los partidos independentistas vascos y catalanes que apoyaron en su día la investidura de Sánchez y a los que Vox promete ilegalizar si algún día llega a gobernar. De los primeros dijo que son ETA y sobre los últimos aseguró que su intención última es romper España y crear la “República Islámica Catalana”. El discurso acabó con un “Viva el rey”.
Antes de ello, en una reivindicación implícita de la dictadura de Franco, Abascal no dudó en referirse al gobierno de Pedro Sánchez como “el peor de los últimos 80 años”, aunque sus mayores dosis de excentricidad llegaron a la hora de analizar la política internacional. Arremetió contra lo que considera una “oligarquía dirigente” en la Unión Europa que, aseguró, pretende convertir a las instituciones comunitarias a “un megaestado federal que se parece demasiado a la República Popular China, a la Unión Soviética y o incluso a la Europa soñada por Hitler». Por ello celebró el crecimiento de las opciones de extrema derecha en el continente, a las que defendió como “movimientos patrióticos que no se quedarán de brazos cruzados mientras unas oligarquías degeneradas convierten las naciones en estercoleros multiculturales», en referencia a la influencia de la inmigración.
También elogió al presidente de Estados Unidos, Donald Trump, a quien erigió en su referente y atacó al Gobierno español por no haber exigido responsabilidades a China, “o bien por fabricar el virus artificialmente, o por no controlar su expansión». En una intervención cargada de nostalgia por la Guerra Fría y en la línea del trumpismo definió al gigante asiático como «la mayor amenaza para el mundo libre».
En esa línea, afirmó que China ha convertido la Organización Mundial de la Salud (OMS) en un instrumento de su política expansionista y llegó a insinuar que el PP quiere ayudar a China a conseguir sus supuestos objetivos.
Sánchez respondió con calma y por momentos en tono burlón. Negó a Abascal la condición de líder de la oposición, le recordó que midió mal sus fuerzas y de no haber calculado cuál es “la fuerza de la democracia”. «Esta Cámara -le dijo- representa a la España real tal y como es, no como usted quiere que sea».
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