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Producción: Florencia Barragan
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No es un problema cultural
Por Pedro Martínez Gerber *
Durante julio 4 millones de personas compraron dólares en el mercado oficial. La pérdida de reservas internacionales originada en la adquisición de moneda extranjera por parte de personas humanas alcanzó el 80 por ciento del superávit generado por vía comercial (exportaciones – importaciones). Es decir, los dólares que el país genera se pierden casi en su totalidad debido a la compra para atesoramiento. En este contexto es fundamental tratar de comprender por qué en Argentina se ahorra en dólares. ¿Por qué somos el segundo país en el mundo con más dólares-billete per cápita?
“Es algo cultural”, “Es una obsesión argentina”, “Los argentinos están enamorados del dólar”. Estos son algunos de los argumentos que comúnmente se repiten para intentar explicar por qué en Argentina se ahorra en dólares. Sin embargo, lo que deberíamos preguntarnos es ¿por qué no ahorramos en pesos? ¿Por qué quienes tienen capacidad de ahorro compran dólares y no constituyen un plazo fijo en pesos, por ejemplo? Las características de la demanda de dólares son particulares: al contrario de lo que sucede con el resto de los bienes cuanto más aumenta su precio más se incrementa la demanda. ¿Obsesión? ¿Irracionalidad? No, la explicación es simple y racional.
En Argentina el dólar cumple una función básica del dinero que el peso argentino no puede sostener a lo largo del tiempo: reserva de valor. 10.000 pesos hoy no alcanzan para comprar la misma canasta de bienes y servicios a la que se podía acceder con el mismo monto hace 10 años, mientras que con 2.530 dólares (equivalentes a 10.000 pesos de septiembre de 2010) se pudo mantener o hasta incrementar el poder adquisitivo.
A su vez las alternativas de inversión en moneda local no alcanzan a equiparar la evolución de la inflación ni el rendimiento del dólar-billete (aun cuando es un activo que se deprecia al ritmo de la inflación en EEUU y no paga intereses). Si los 10.000 pesos de septiembre de 2010 hubieran sido invertidos en un plazo fijo con renovación mensual hoy se obtendrían 93.265 pesos, es decir 1.231 dólares al tipo de cambio oficial (al que no pueden acceder los minoristas para ahorro), 717 dólares al tipo de cambio “solidario” y 666 dólares al tipo de cambio financiero (CCL).
En cualquier caso, menos de los 2.530 dólares de septiembre de 2010. Durante este período la inflación superó el rendimiento de los plazos fijos en 2 de cada 3 meses con lo cual queda claro que la peor alternativa hubiese sido invertir los pesos en este instrumento. A lo largo de la historia argentina esta dinámica se repite. Si los instrumentos en pesos no sirven para cuidar el poder adquisitivo de nuestros ahorros, ¿cómo no vamos a ahorrar en dólares?
Argumentar que la demanda de dólares tiene una causa cultural o que los argentinos tienen una obsesión con la moneda estadounidense es esquivar el problema de fondo. La solución, por el contrario, debería ser la promoción de instrumentos en pesos que permitan obtener rendimientos superiores a la evolución de los precios y del tipo de cambio de forma sostenida a lo largo del tiempo.
Si bien hubo períodos de tiempo donde la tasa de interés de los depósitos a plazo fijo fue atractiva o instrumentos como las LEBAC que se popularizaron entre los inversores minoristas, la volatilidad macroeconómica generó que estas alternativas no puedan sostener rendimientos reales positivos en el tiempo. Como consecuencia se termina volviendo al dólar billete como refugio confiable para los ahorros.
En el mercado de capitales local hay múltiples opciones para los ahorristas con lo cual el paso necesario es avanzar en políticas de estabilización de precios que permitan que estos instrumentos arrojen un rendimiento real positivo en el mediano/largo plazo.
La estabilidad macroeconómica es una condición necesaria para que los instrumentos en moneda local puedan considerarse una alternativa viable a ahorrar en dólares. Sin estabilidad el rendimiento que se le exige a un activo en pesos es mucho más elevado por el riesgo que implica.
No es una obsesión, ni es cultural y tampoco es una conducta irracional, ahorrar en dólares es el mecanismo que encontramos para evitar la pérdida de poder adquisitivo. Cambiar esta dinámica es un proceso necesario que lleva años y tendría que ser un objetivo de política económica transversal a las administraciones. Hay que fortalecer al peso para evitar que falten los dólares.
* Economista PxQ Consultora.
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Divisas y ahogo externo
Por Julián Zícari **
En los 160 años que van desde la organización nacional en la década de 1860 a fin del mandato de Macri el país sufrió 16 crisis económicas: una cada 10 años. Las crisis irrumpieron ya sea bajo el modelo agroexportador (1866, 1873, 1885, 1890, 1913 y 1930), bajo la industrialización por sustitución de importaciones (1952, 1959, 1963 y 1975) como con la valorización financiera (1982, 1989, 1995, 2001, 2008, 2018/19). Y todas tuvieron el mismo desencadenante: los problemas del sector externo de la economía.
El país nunca supo lidiar con ello sino que siempre se volvió el eje de la vulnerabilidad, causando una inestabilidad que se fue agudizando con el paso del tiempo. Vale decir que desde el Rodrigazo (1975) al fin del mandato de Macri (2019), en esos 45 años sufrimos siete crisis económicas. Es decir, una cada seis años y medio.
El vértigo y la propensión a los colapsos en el último medio siglo se debió a que los problemas productivos y de ahogo externo que ya poseía el país se fueron agravando y conjugando con los problemas financieros típicos del neoliberalismo: el crecimiento de la deuda externa, la fuga de capitales, la dolarización económica, las corridas cambiarias y los golpes de mercado.
De esta manera, las fuentes de vulnerabilidad no solo no se resolvieron sino que se sumaron problemas adicionales. Porque la acelerada inestabilidad trajo consigo la imposibilidad de construir una moneda nacional que sirviera como reserva de valor, dolarizándose el sector inmobiliario, partes de las tarifas, las ganancias de la elite económica y el ahorro de largo plazo.
En un escenario así se complica enormemente las chances del Banco Central de acrecentar sus reservas, como también de tener una situación externa equilibrada. Porque como es evidente, el país no está en condiciones de satisfacer una demanda tan alta de dólares, ya a esta altura imposible de satisfacer por su voracidad y la gran cantidad de compromisos y actores que los exigen.
Si los gobiernos buscan destinar las divisas para el crecimiento y el desarrollo del país, la inclemente demanda de dólares para atender la deuda externa coarta una parte de esos recursos, mientras que otro foco potencialmente infinito también se reclama para especulación, ahorro y fuga. Volviéndose entonces la presión cambiaria insoportable y permanentemente, llevando al país a sufrir ataques especulativos cada vez más salvajes.
Todos los gobiernos terminaron arrasados por estos problemas. La dictadura buscó tapar las dificultades económicas que esto le generaba y la explosión que estaba germinando con la guerra de Malvinas, con el triste final conocido. La renaciente democracia alfonsinista resultó, igualmente, arrasada por este problema. La década menemista juró que con “libertad total” ello se resolvería, pero eso duró mientras tuvo disponible deuda para tomar: una vez que se cortó vino una nueva explosión.
El kirchnerismo pensó que podría resolver la encrucijada, pero el tiempo se encargó una vez más de desnudar la indomabilidad de la restricción externa: vino la era del cepo y del cerrarse a como diera lugar para aguantar.
El neoliberalismo bajo su versión macrista insistió con las viejas recetas de antes, augurando que la solución debía ser por el lado de la “libertad”: devaluó, quitó retenciones, sacó el cepo y los controles de capitales, pero como en el viejo menemismo eso duró lo que el salvaje endeudamiento externo permitiera. Después volvió el FMI, las recetas de ajuste y las corridas cambiarias de siempre. A la postre, el 86% de la deuda macrista terminó fugada y la pobreza en niveles records.
Como vemos, la historia del país parece ser la historia de buscar una fórmula para lidiar con el inclemente sector externo y la falta de divisas. Donde hasta ahora nadie logró encontrar dicha formula. No obstante el tiempo nos deja su enseñanza: si no desata este nudo los problemas del pasado nos seguirán asechando y con ello los colapsos reiterados seguirán siendo nuestro reino.
** Economista. Doctor en Ciencias Sociales (UBA/UNDAV/Conicet). Autor del libro Las crisis económicas argentinas. De Mitre a Macri.
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