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La muerte de Fabián Gutiérrez: «crimen pasional», un viejo atajo que trae una respuesta veloz y alejada de la política

 

La vida de Fabián Gutiérrez fue tan intensa como su veloz y trágico final: poder, dinero, viajes, amistades y traiciones; todos los condimentos para un thriller convencional. Su fin, con el cuerpo golpeado entre pastizales secos de El Calafate, también encuentra su lectura en clave de novela: «crimen pasional», se decretó el sábado desde Santa Cruz.

Pocas cosas conectan al malogrado secretario de Néstor y Cristina Kirchner con el fiscal del caso AMIA Alberto Nisman, también muerto violentamente. Pero la rápida teoría del juez Carlos Narvarte respecto del motivo que habría inspirado a los asesinos de Gutiérrez -basada en supuestas confesiones exprés de jóvenes cuyos abogados casi no aparecen- reabre viejos recuerdos.

Por ejemplo, la furibunda campaña de desprestigio sobre Nisman en las semanas siguientes a su muerte, puntillosamente impulsada y financiada desde lo más alto del Estado, también comenzó con las versiones de una supuesta relación homosexual, turbulenta y agresiva del fiscal con su asistente informático y proveedor del arma asesina, Diego Lagomarsino. En aquellos momentos en que la presidenta Cristina Kirchner pasó de preguntarse en una carta pública «¿qué fue lo que llevó a una persona a tomar la terrible decisión de quitarse la vida?» a afirmar días después por cadena nacional que «no tenía pruebas pero tampoco dudas» de que a Nisman lo habían matado, la vida privada del fiscal fue dada vuelta de arriba a abajo.

Aquel bombardeo, cuyos proyectiles mostraron con el tiempo no tener ningún vínculo con la muerte del fiscal del caso AMIA, tenía una meta clara: alejar las hipótesis sobre el disparo mortal del trabajo que Nisman venía ejerciendo en sus últimos años, y sobre todo de la denuncia contra Cristina por supuesto encubrimiento del atentado que había presentado en la justicia horas antes de aparecer baleado en su baño.

Volvamos a la helada estepa de El Calafate. Durante todo el sábado, el asesinato del secretario privado de los ex presidentes también fue cubierto de inmediato por la deshonrosa calificación de «crimen pasional», abandonada hace años por la prensa seria y castigada con la máxima dureza -y con toda razón- por el progresismo y el feminismo, muchos de cuyos principales referentes permanecieron en un incómodo silencio en las últimas horas.

Puede ser que el costo político de semejante riesgo sea menor que el de permitir que las preguntas sobre el homicidio del ex hombre de confianza de dos presidentes lleguen hasta sus días junto a ellos, y sobre todo a su confesión como arrepentido en el caso de los cuadernos de las coimas. Levantar la barrera del «crimen pasional» despolitiza completamente una muerte envuelta en enormes dudas.

En cualquier democracia madura -o inmadura, pero republicana- sería la justicia la que acabaría con aquellas dudas, con una investigación seria, libre de cualquier prejuicio e independiente de cualquier presión. Lamentablemente no es la que existe en Santa Cruz: desde su silla de gobernador, Néstor Kirchner dedicó enormes esfuerzos en colonizar hasta el último escritorio del Poder Judicial provincial, con el decisivo aporte de uno de sus colaboradores más cercanos, Carlos Zannini.

Desde la eyección del procurador general de Santa Cruz Eduardo Sosa -a quien la Suprema Corte de Justicia de la Nación ordenó reponer en su cargo y jamás se hizo- hasta la creación de juzgados ad hoc y la designación de incondicionales a diestra y siniestra, los tribunales de la provincia carecen del mínimo prestigio. En algunos casos esto será inmerecido, como ocurre con toda generalización. Pero es un problema objetivo para la credibilidad de lo que ocurra en el caso Gutiérrez.

 

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