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Falta poco más de un mes para que, el 20 de marzo, los países miembros de la Organización de los Estados Americanos resuelvan si continúa a la cabeza el secretario general Luis Almagro, expulsado por el Frente Amplio en 2018 debido a sus posiciones intervencionistas. Le disputan la candidatura el peruano Hugo de Zela, embajador en los Estados Unidos, y la ecuatoriana María Fernanda Espinosa, canciller de Rafael Correa y también de Lenín Moreno y presidenta de la Asamblea General de la ONU hasta septiembre pasado. Con Correa, Espinosa también fue ministra de Defensa, ministra de Patrimonio Humano y representante en Ginebra.
–¿Por qué quiere ser secretaria general de la OEA?
–Porque es imprescindible un cambio de conducción y de dirección. Es momento de revitalizar la OEA, de conectarla con el actual escenario de la geopolítica hemisférica y de responder mejor a las verdaderas prioridades de los 34 Estados miembros. Son, en lo que yo misma recogí, democracia, derechos humanos y desarrollo integral. Para conectar esas prioridades hace falta una gestión coherente, y eso no es lo que hemos visto en los últimos tiempos.
–¿En los últimos tiempos con Luis Almagro de secretario general?
–Constato que lamentablemente en el escenario hemisférico estamos viendo una gran polarización y una incapacidad de dialogar. Y que la agenda de la OEA es monotemática. Es momento de retomar una agenda positiva para los 34 Estados. No pretendo crear una situación idílica sino reflejar unidad en la diversidad construyendo denominadores comunes.
–¿Cuando dice que la agenda fue “monotemática” hay que interpretar que Almagro solo se ocupó de Venezuela?
–La cuestión de Venezuela copó la energía de la organización y además fue una fuente constante de confrontación.
–¿No es importante?
–Por supuesto. Pero hoy la OEA tiene un solo tema, y eso no está bien.
–¿Y cómo debería encarar la OEA la crisis de Venezuela?
–Como un tema que se procese por fuera de los reflectores y del apetito mediático. Es un tema serio que requiere una mirada fresca, realista y responsable.
–¿Con qué herramienta?
–Con el diálogo. La diplomacia y el sistema multilateral no conciben otra herramienta que ésa. Y está muy bien. Hay que diseñar una hoja de ruta para el diálogo. Evaluar las diferentes etapas anteriores de negociación. El diálogo en República Dominicana. El Grupo de Contacto. El Mecanismo de Montevideo. El Grupo de Lima. Como ve, intentos de diálogo hubo siempre, aunque todavía no contemos con una garantía de solución duradera para Venezuela.
–¿Cuál sería?
–Una vida pacífica, próspera y tranquila para todos los venezolanos. Sin temor a los desacuerdos entre las personas o entre el Gobierno y las distintas fuerzas de oposición. Pero con el énfasis puesto en el bienestar.
–Almagro tomó una posición muy dura.
–Institucionalmente imagino un código de ética para el secretario general.
–¿Para cualquiera, incluyéndola eventualmente a usted misma?
–Sí. Ese código debería establecer, por ejemplo, que el secretario general puede liderar e implementar lo que resuelvan los Estados. No puede emitir opiniones personales o lanzar gasolina en el incendio sino, al revés, construir consensos y procesar las diferencias. Los países están preocupados por los derechos humanos y por los sistemas electorales.
–El TIAR, el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca, fue usado como instrumento también para dirimir el conflicto venezolano. En septiembre 12 países sobre 19 firmantes dijeron que la situación venezolana ponía en peligro la paz del continente. ¿Impulsaría el TIAR para Venezuela?
–Puesta a elegir, le digo que el Pacto de Bogotá es más útil que el TIAR. En 1948 la Novena Conferencia Panamericana se propuso obligar a resolver los conflictos en forma pacífica. Y al interior de los Estados la diplomacia debe estimular el diálogo, la concertación y la búsqueda de acuerdos.
–Instituciones norteamericanas cuestionaron el papel del secretario general de la OEA en Bolivia, donde según ellos no habría habido fraude verificado en las elecciones que ganó Evo Morales.
–También en el caso boliviano el secretario general dejó de implementar para transformarse en una autoridad dirigente. Con Bolivia vivimos momentos tensos. De todos modos, ya es tarde para juzgar lo que ocurrió y lo que importa hoy es que la campaña hacia las elecciones de mayo y las propias elecciones se desarrollen de manera armónica. Cuando hay una situación crítica o un conflicto la OEA no debe elevar la tensión sino contener y añadir prudencia. Evitar la escalada. A toda costa. No solo lo aprendí como ministra de Relaciones Exteriores de mi país. También como presidenta de la Asamblea General de la ONU tengo experiencia probada en la construcción de consensos y acuerdos entre casi 200 Estados.
–Uno de ellos, Estados Unidos. Además, anfitrión de la ONU y de la OEA.
–Mi relación con el país anfitrión fue de mucho respeto. No siempre coincidimos en los temas y en los enfoques pero logramos el mayor objetivo de un sistema multilateral: poner los disensos sobre la mesa. Si uno quiere la paz, la seguridad, el derecho al desarrollo y la plena vigencia de los derechos humanos a veces hay que sacrificar alguna postura nacional. Creo, justamente, que varios primeros ministros del Caribe me propusieron como secretaria general de la OEA porque me vieron actuar en la ONU y pensaron que tenía capacidad de interlocución con jefes y jefas de Estado.
–Cuando Antigua y Barbuda y San Vicente y las Granadinas propusieron su candidatura el ex presidente Rafael Correa dijo que se trataba de “una puñalada a la Revolución Ciudadana” porque “progresismo son también valores” y en cambio usted se habría prestado a lo que él definió como “la traición de Lenín Moreno”.
–Estoy desconcertada por ésas y otras críticas. Cuando me eligieron presidenta de la Asamblea General de la ONU yo era la misma que hoy. Me parece una reacción desproporcionada. Para colmo fui víctima de un juicio político interno en Ecuador. Viví una persecución política mientras estaba cumpliendo una función internacional. Y entonces fue precisamente el bloque parlamentario del espacio que lidera Rafael Correa el que impidió mi condena en juicio político en junio.
–Entre otras cosas, por el otorgamiento de la nacionalidad ecuatoriana a Julian Assange.
–Siempre sostuve que había que respetar sus derechos humanos.
—La paradoja, o no sé si llamarla así, es que Lenín Moreno no la lleva de candidata. Está entre los auspiciantes de Almagro.
–Sí, ya lo dijo en dos ocasiones. Por eso no entiendo los cuestionamientos a mi persona provenientes de otros sectores. Esos cuestionamientos pueden terminar favoreciendo a dos candidatos que a mi juicio no serían las personas adecuadas para la renovación y la modernización de la OEA.
–¿Para usted son iguales el uruguayo Luis Almagro y el peruano Hugo de Zela?
–Tienen estilos similares y vienen de la misma matriz.
–La Argentina tiene en su agenda nacional e internacional el combate contra el hambre y la solución de la crisis de la deuda externa.
–Son temas que están cerca de mis objetivos. América Latina sigue siendo uno de los continentes más desiguales del planeta. Hay que crecer para igualar, dicen unos, pero la práctica demuestra otra cosa: hay que igualar para crecer. Eso vale tanto para los países más postergados del Caribe como para las naciones de renta media al estilo de la Argentina. El pago de la deuda no debe suponer el sacrificio del derecho al desarrollo. Y la OEA no tiene que estar ausente de estas discusiones, junto con la ONU y con la Cepal, porque está en juego el fortalecimiento de la democracia y de los derechos humanos.
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