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El 17 de abril la cantidad de personas fallecidas por coronavirus en el país llegó a 129. Dieciocho días más tarde, el 4 de mayo, la cifra se duplicó hasta 260. Luego el plazo de duplicación mejoró un poco al estirarse a 25 días: el 29 de mayo las víctimas fatales de la pandemia eran 520. El 22 de junio, 24 días después, ya ascendían a 1043. El 17 de julio, otra vez transcurridos 24 días, los muertos de la covid-19 escalaron a 2112. Ahora es el peor momento. Pasaron 20 días hasta alcanzar los 4251 fallecidos el 6 de agosto.
Si se lograra mantener estable el promedio diario de muertos de la última semana, de 115 personas, el 10 de septiembre el número acumulado será de 8502. Sin embargo, la evolución que muestran los contagios y fallecimientos sigue en aumento, lejos de la teoría de la meseta, por lo que seguramente esa cifra será una realidad a más tardar a fin de mes. A este ritmo, para el día de la primavera habrá 15 mil muertos por coronavirus en la Argentina. Y la tragedia no habrá terminado.
Desde el inicio de la pandemia los sectores más enfermos de odio al peronismo asumieron la despreciable posición de tratar de esmerilar al Gobierno militando en contra de la cuarentena. A las enormes dificultades para sostener la logística del cuidado de la vida en una sociedad agotada de tanto esfuerzo se suma ese componente tóxico de quienes llevan su disputa política al terreno de la salud. Entienden que podrán cargar sobre la espalda del Frente de Todos las tenebrosas cifras de los caídos por la covid-19. No les importa que la gestión que apoyaban o integraban, la de Cambiemos, haya debilitado las estructuras sanitarias al punto de degradar al Ministerio de Salud y dejar hospitales sin construir. Tampoco reparan que gobernantes de su propio espacio comparten la responsabilidad por lo que está sucediendo.
Esos sectores confían en la imposición de sentido de la maquinaria mediática que los acompaña, aquella en donde esta semana se vio un puño cerrado de festejo durante el repaso de los números de víctimas y ni siquiera surgió el pedido de sinceras disculpas si es que la celebración tuvo otra motivación y fue solo un descuido desafortunado.
Los medios dominantes esconden de por sí que la Argentina ha tenido un éxito relativo en el combate contra el virus que asola al mundo. Si el país hubiera repetido la curva de fallecidos que presenta Colombia, a esta altura tendría 10.754 muertos en lugar de los 4251 efectivamente registrados hasta este jueves, fecha que tomó el senador correntino Martín Barrionuevo para realizar la comparación, en su valioso trabajo estadístico de análisis de la pandemia. El número de muertos en Argentina sería de 17.938 con la curva de México, de 21.140 con la evolución de Brasil, de 21.896 con la de Estados Unidos y de 23.162 con la de Chile. Es decir, el esfuerzo, la responsabilidad y la solidaridad nacional alcanzaron hasta ahora para salvar entre 6500 y 19.000 personas tomando como referencia esos países.
El ocultamiento de esa realidad busca cortar de raíz la comprensión colectiva, la toma de conciencia social, de que el camino del esfuerzo compartido, la responsabilidad y la solidaridad genera grandes conquistas. Es lo contrario al capitalismo financiero, el modelo neoliberal, que también asola al mundo desde hace casi cinco décadas. Antes que poner en riesgo los privilegios que genera ese sistema para las elites que lo promueven, los Bolsonaro o Trump del mundo prefieren el statu quo y las muertes que ello conlleve.
Aquella ganancia incalculable de haber preservado entre 6500 y 19.000 ciudadanos desde que apareció el coronavirus, de todos modos, está lejos de ser definitiva. Como se indicó más arriba, la aceleración en la duplicación de contagios y fallecimientos acerca cada día a más distritos al momento crítico de ver colapsados sus sistemas de salud, lo que provocaría un aumento exponencial de personas que pierden la vida.
No es una batalla que se pueda perder. La actitud que empieza a extenderse como una mancha de petróleo de sálvese quien pueda debe ser revertida. Los gobiernos nacional y provinciales deben ser capaces de reinventarse para lograr mayor acompañamiento social a la lucha de salvar personas. También en recuperar controles y en el auxilio a los caídos en la desgracia económica. Es evidente que el desafío resulta colosal, pero el famoso pico de contagios sigue sin aparecer con nitidez y la meta final de la vacunación masiva muchísimo menos, pero no será antes de ocho o diez meses. Es demasiado tiempo como para bajar los brazos.
Aquellos que promueven lo contrario, por ejemplo mediante la convocatoria a marchas en este contexto tan difícil, parecen apostar todavía más fuerte a agravar la situación luego de que el croupier se llevó las fichas que habían jugado al fracaso de la negociación de la deuda en virtual default que dejó Mauricio Macri. Confiaban en las huestes de Blackrock, pero la movida les salió mal.
Alberto Fernández explicó en relación al acuerdo que tuvo en cuenta el consejo de la vicepresidenta Cristina Fernández y del ex ministro Roberto Lavagna respecto de cuidar no solo la sustentabilidad económica a través del entendimiento, sino también la sustentabilidad política. Es decir, evitar que la postergación del arreglo para mejorar el perfil de pagos expusiera al Gobierno a una crisis económica todavía más grave que pusiera en riesgo el capital político ganado hasta ahora para avanzar con otras transformaciones.
Los referentes mediáticos y economistas del establishment que hacían fuerza por el fracaso en la negociación con los acreedores perdieron esa pulseada. Antes, el año pasado, ya habían perdido las elecciones. Ahora es crucial que los argentinos no perdamos en la pelea más difícil, la que hay que dar contra el coronavirus. También en ella se ponen en juego la sustentabilidad política y económica del oficialismo, pero antes que nada, la vida de miles de personas.
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