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En El Vaticano no cayó bien el sainete en torno a la postulación del embajador ante la Santa Sede, Luis Bellando. En todo caso, no fue una sorpresa porque la Santa Sede está acostumbrada a las excentricidades -por llamarlas de alguna manera- que suelen caracterizar el vínculo con la patria del pontífice. Y que comenzaron el mismo día de la elección de Jorge Bergoglio con la increible voltereta de la entonces presidenta Cristina Kirchner que, de ser su enemiga íntima, pasó en un santiamén a contarse en una de sus principales fans.
Después de la gélida relación con Mauricio Macri –Roma reprochaba que miembros de su Gobierno le pateaban en contra al Papa y buena parte del oficialismo decía que a Francisco no le caía bien el ingeniero porque no era peronista- la elección de Alberto Fernández como presidente pareció abrir una etapa auspiciosa para el vínculo, ya que el nuevo mandatario se declaraba un admirador del pontífice y, en base a la experiencia de las dos administraciones anteriores, no quería ni sobreactuar el vinculo ni devaluarlo.
La bandera antigrieta que -a su particular modo- enarbola Fernández le sumó, pero su insistencia en promover la legalización del aborto le restó. No obstante, la expectativa respecto del vinculo sigue siendo favorable. Pero siempre se cruza el factor argentino que confirma que el camino del infierno está empedrado de buenas intenciones. La postulación de Bellando lo confirmó. El primer traspié de la Casa Rosada fue que trascendió su nombre cuando aún Roma no le había otorgado el plácet.
Pero no solo molestó en la curia romana la falta de discreción, sino que se dijera en estas tierras que El Vaticano había rechazado la candidatura porque Bellando es un católico divorciado. Fuentes de la Santa Sede señalaron que sus antecedentes ni siquiera habían comenzado a ser analizados. Para colmo, después se supo que Bellando se divorció de su primera mujer y se casó con la segunda no solo por civil, sino también por iglesia. O sea que religiosamente su situación es totalmente regular.
Por otra parte, es cierto que El Vaticano venía exigiendo que los embajadores católicos, en caso de estar en pareja, estén casados por iglesia. La Argentina lo comprobó durante el primer gobierno de Cristina cuando postuló a Alberto Iribarne, que estaba divorciado. Pero tampoco cayeron bien en la santa Sede las críticas a Francisco por la supuesta objeción a Bellando, siendo que Bergoglio es un pontífice que enfrentó a los ultraconservadores y permitió la comunión a los divorciados en nueva unión.
Ahora bien, ¿cómo surgió este enredo? En realidad, hay dos planos, Una fue informativa: la filtración del nombre de Bellando y la razón del presunto veto, no fácil de desentrañar. El otro plano es más claro: la candidatura de Bellando fue producto de un roce interno ya que su gran promotor fue el secretario de Asuntos Estratégicos de la Presidencia, Gustavo Béliz -que quiere tener un rol protagónico en la relación con la Iglesia-, sin pasar por el tamiz del ministerio de Relaciones Exteriores.
Si la postulación hubiese pasado por la cancillería habría saltado que durante el gobierno de Néstor Kirchner y la gestión de Jorge Taiana en el ministerio se habría visto que a Bellando se le instruyó un sumario siendo cónsul general en Río de Janeiro por haber participado en una scola do samba, lo que fue considerado impropio para un diplomático. Puritanismos al margen, justo elegir a una persona con ese pleito para El Vaticano sonó poco atinado.
Sea como fuere, el jefe de Gabinete, Santiago Cafiero, dijo que ahora se presentará otro candidato. En la Casa Rosada se afirma que el nombre del embajador surgirá de la reunión de Fernández con el Papa el 31 de este mes. Se barajan un hombre y una mujer (Julio Lascano y Vedia y María del Carmen Squeff), ambos diplomáticos de carrera como es el deseo de Francisco para que la relación sea profesional.
De ser así, el Gobierno volvería a pifiar. Dicen en Roma que no le corresponde a un pontífice elegir a un representante de otro país, por más que sea el suyo.
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