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Cristina pide cambios. El Círculo Rojo pide cambios. El FMI pide cambios. Los consultores preferidos del Presidente aconsejan cambios. Hasta los ministros que se sienten a salvo de la tormenta alientan una oxigenación en la gestión y en el Gabinete. ¿Y Alberto Fernández? Duda. Oscila según el interlocutor. Preferiría que se agote el período de malas noticias antes de sentarse a discutir nombres y un rediseño en las políticas y en el esquema de poder de la coalición. Pero a sus oídos llegan aseveraciones cada vez más inquietantes sobre el rumbo de la economía, los saltos constantes del dólar y el estado de las bóvedas del Banco Central. Frente a Fernández se abre una encrucijada: negociar desde la debilidad con su principal socia o demorar los retoques y arriesgarse a que el cuadro se agrave. La pandemia no lo ayuda. Las internas en el oficialismo, que van desde Venezuela hasta la toma de tierras, tampoco. La Casa Rosada muta de crisis en crisis.
Por tercera semana consecutiva, y pese a que en las últimas 72 horas Fernández pareció abocarse casi con exclusividad a la asunto del Covid y a los nuevos anuncios, el Gobierno concentró la energía en la política cambiaria. No viene obteniendo los resultados que imaginaba. La baja de retenciones no actúa ni siquiera como un paliativo. El dólar blue trepó el viernes a 167 pesos y la brecha con el oficial -pese a que la divisa legal aumentó nueve pesos en un día- llegó al 116%, la más alta en tres décadas. La liquidación del sector agroexportador, por 138 millones de dólares en el último día hábil, no bastó para que el Central perdiera otros US$ 84 millones.
Martin Guzman , Miguel Pesce y Sergio Chodos, junto al equipo del FMI en Argentina
Foto Prensa Economia.
La figura de Miguel Pesce se deteriora. La de Guzmán necesita con demasiada frecuencia el respaldo público del primer mandatario. La interna entre el Central y el Palacio de Hacienda continúa. Viene de hace meses. Pesce esperaba que muchas de las medidas de su colega (acuerdo con los bonistas y la presentación del Presupuesto, entre otras) ayudaran a descomprimir la tensión cambiaria. No pasó. En Economía son críticos del manejo del manejo de las tasas de interés. Cerca de Pesce sostienen que el ministro fatigó los oídos de Alberto y de Cristina argumentando que era contraproducente reforzar el cepo y que eso provocó que se dilapidaran reservas durante varios meses.
A Guzmán no solo lo cerca la economía. Los enviados del FMI que se sientan a conversar con él monitorean esa interna con preocupación. A la vez, la política se inmiscuye en su cartera. El día previo al anuncio de la baja de retenciones, Guzmán había pedido internamente no ceder ni ante el lobby privado ni ante las presiones partidarias. Dicen que su borrador, la mañana de la conferencia de prensa, contenía una flexibillización mayor hacia el campo. A último momento el texto se corrigió.
En las últimas semanas en el poder regresó el debate sobre si es necesario un ministro de Economía con más juego propio. Llámese Guzmán o tenga otro apellido. En la era Macri había discusiones similares. Eso habrían advertido los técnicos del Fondo. El ex presidente se negó hasta el final de los días a concederle un manejo férreo a su ministro. Lo obligó a negociar permanentemente con sus pares de áreas con competencia económica. Lo hizo con Alfonso Prat Gay durante el primer año y, después de echarlo, continuó con la misma política bajo la tutela de Nicolás Dujovne. Alberto, por ahora, mantiene esa lógica.
«Los presidentes siempre creen que saben de economía«, es un viejo axioma de la política. Cuando se habla de reacomodar el Gabinete también se habla de esto. Aunque antes de cualquier movimiento, en Balcarce 50 esperan que Guzmán -así como manejó con éxito la pulseada con los bonistas- pueda cerrar un buen acuerdo con el Fondo Monetario. Se verá si un eventual final feliz termina de empoderar su figura para el segundo año de gestión. O si sucede otra cosa.
La negociación con el Fondo produce disquisiciones. Hay quienes proponen que debe ser lenta, para evitar que la ansiedad provoque pasos en falso y compromisos que no se van a poder cumplir. Otros exigen cerrar trato ya y dar vuelta la página. Esto último le aconsejó Roberto Lavagna a Fernández el viernes 25 del mes pasado, en una cena en la Quinta de Olivos de la que también participó Gustavo Béliz.
El economista suele volcar en Twitter sus diferencias con el Gobierno. Esos cuestionamientos exasperan a Cristina. El ex candidato a presidente no deja de ser un asesor presidencial en las sombras. Según su visión, la Argentina no solo tiene que acordar rápido con el FMI. Debe cerrar un trato para que lleguen fondos frescos que ayuden a generar certidumbre. También Ie habría dicho a Alberto que debe ser y parecer un líder, sin enfrentarse a Cristina, aunque ejecutando acciones que no siempre tengan el aval de ella. Dulces intenciones.
Albeto Fernández y Roberto Lavagna mantienen una buena relación.
Otro hombre de peso que pasó por el despacho presidencial fue Aníbal Fernández. Clarín reveló que esta semana se vio dos días seguidos con Alberto. Podría agregarse un tercer encuentro, un almuerzo a solas que mantuvieron el 29 de junio en Olivos. La visita no cayó bien en los sectores más moderados del Ejecutivo y enfervorizó a los que creen que se necesitan voces y perfiles más potentes para defender las políticas oficiales. Aun los que rechazan sus formas y su estilo confrontativo sostienen que, sin que nadie se lo pidiera, Aníbal se ha convertido en una espada mediática.
Las reuniones dieron lugar a un rumor que caía de maduro: ¿Volverá a ser ministro? Desde Nación, no hace tanto, tentaron a Axel Kicillof con su nombre. Lo pensaron como reemplazante de Sergio Berni en la Provincia. Aníbal aspiraría a un puesto mayor. Su eventual llegada podría someter antes al Frente de Todos a otro debate: ¿será aconsejable que sea aún más notoria la cristinización del Gobierno?
La danza de nombres para un eventual cambio de Gabinete es incesante. Ocurre porque hay ministerios y ministros muy cuestionados. El de Desarrollo Territorial y Hábitat, que maneja María Eugenia Bielsa, por ejemplo, cosecha críticas cristinistas y albertistas. Bielsa tiene mucho ruido con los funcionarios que responden a Juan Grabois. Les dio lugar y ahora, dice, le complican la gestión. Bielsa admite que está arrepentida de haber sido tan dócil. Los márgenes de la coalición, tras el giro argentino con Venezuela, exigen la salida de Felipe Solá. Matías Kulfas, de Producción, sigue siendo resistido por el Instituto Patria, lo mismo que Matías Lammens. A Daniel Arroyo, de Desarrollo Social, de tanto en tanto le llueve algún dardo. Con Marcela Losardo, de Justicia, los dardos son permanentes.
Santiago Cafiero logró cierta tregua. El sistema sabe que para Alberto es intocable. Eso mismo dicen cerca de Sergio Massa cuando les preguntan por las versiones que lo dan en la carrera por el sillón de la jafatura de Gabinete. Massa ya pasó por ahí. Muy feliz no se fue, pero no quiere segundas oportunidades.
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