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Vilma Ibarra intrusa, más ajuste a jubilados y la fórmula Larreta-Negri

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Sofocones de fin de año

Cuando las papas queman, el Gobierno repone la novela de las peleas internas para distraer al personal. Olivos moviliza a la prensa amiga para que especule sobre quién manda en la trifecta presidencial, o sobre los cambios del Gabinete. Desciende hasta los sótanos del sentido común para verbalizar el enojo de Alicia Castro -que está en su casa- porque vio una foto del vocero de Alberto cruzado de brazos cuando debía aplaudir. ¿Y si estaba aplaudiendo con otras partes del cuerpo, o del alma? Fruslerías.

En la trifecta presidencial no manda nadie. Es un matrimonio de conveniencia para estar unidos, clave de triunfo del peronismo. Hay cohabitación de camas separadas, pero no tálamo. Nadie se pelea con nadie, aunque busquen sacarse ventaja. Alberto, Cristina y Massa piensan lo peor del otro, pero no se van a separar. Rige entre ellos la ley de las esferas, que explica por qué los planetas no chocan, sino que orbitan en equilibrio contenidos por la fuerza de gravedad. Anula las colisiones la convicción de cada uno de que los demás le deben el empleo a él: Cristina cree que Alberto es presidente por ella, él cree que ella es vicepresidencia por él; Massa cree que los otros dos tienen el empleo porque él reunificó el peronismo. ¿Cómo se van a pelear con tamaña autosuficiencia?

Como maridos infieles, se aguantan las broncas de la respondona, que bramó el viernes en La Plata. Hay dos motivos innegociables para levantarse e irse de una reunión social. Uno es cuando alguien dice: estoy viendo una serie buenísima en Netflix. Otro es cuando alguien pregunta si Cristina lo man da a Alberto o es al revés. Dos cuestiones banales que no vale la pena discutir más.

Gabinete: cambia el que puede, no el que quiere

Un Gobierno débil no puede hacer cambios de Gabinete fácilmente. Si Alberto mueve un cargo, enoja al que se fue, alegra el reemplazante y recibe la furia de los 100 que querrían haber sido ministros. En administraciones fuertes hay pocos cambios porque se saben las consecuencias. Peor es en gobiernos anémicos. Sólo se producen cuando alguien da el portazo. El Gobierno filtra la debilidad de los dos ministros que tienen más seniority del gabinete, Ginés y Solá. No es porque los quisieran echar. Es porque los dos han amenazado desde hace meses con irse a la casa. Si se van, es porque ellos quieren. Ni Ginés trajo la peste, ni Solá cree mucho en la diplomacia de Puebla. No podían prever ninguna de esas dos pandemias cuando aceptaron los cargos. Además, son dos sobrevivientes de la política, anteceden a este Gobierno y pueden tener sobrevida en algún otro que los trate mejor.

Aborto: Alberto cobra, Cristina paga

Reflotar las leyendas sobre preeminencias indemostrables tiene el propósito de amortiguar el turbulento fin de año para el oficialismo. Tiene dos votaciones el mismo día, 29 de diciembre, de proyectos de suerte incierta y en las que desnuda las vergüenzas en flor. En el Senado tiene previsto el tratamiento de la despenalización del aborto. Tiene dictamen, hay números casi empatados, jugueteos con ausencias y abstenciones. Nadie se anima a apostar un resultado cierto. Puede salir por un voto -con Cristina desempatando en un tema que siempre eludió- o volver a caer, como en 2018. El periodismo quinielero porotea adhesiones y rechazos. Para seguir el tema hay que entender que es un proyecto de Alberto, que si sale bien lo va a facturar él, pero si sale mal, se lo van a cargar a Cristina, dueña del Senado. O sea que esconde una agresión de Olivos hacia ella.

Según los operadores de la vice, debió asegurarse los votos en esa cámara, algo que ella no ha buscado ni busca. Le irrita, además, que Vilma Ibarra ande llamando a senadores a pedirles el voto. ¿Qué se mete? Nunca una secretaría de ese nivel anduvo pidiendo votos en el Senado, y menos en un momento cuando el peronismo tiene una mayoría, que está más para gozar que para sufrir. Los que operan en nombre de Cristina -una Anabel Fernández Sagasti– transmiten incertidumbre. El jefe del bloque, José Mayans, es más celeste que los ojos de Liz Solari. Es el tipo de mortificaciones que le aplica Alberto a Cristina, como tenerla en el horno en función piloto, pese a que ella se queja que él no hace nada para sacarla de sus compromisos judiciales. «En cualquier momento vamos a juicio oral el gobernador, tu presidente del Banco Central, Alberto, y tu vicepresidenta, increíble…», clamó ella el viernes.

¿Qué pide? ¿El indulto? Porque la situación no se arregla con una reforma judicial. En otro momento hubiérase dicho que con un golpe de estado. En este punto Cristina emula el negacionismo de un Donald Trump, que busca revestir a su figura como «shadow president» o un líder en exilio temporario, y no como un retirado, para volver en las próximas elecciones -2023 acá y 2024 allá-. Los mueve la fascinación tumbera de algunos sectores de la prensa, sobre personajes como Cristina o Trump. A éste le toleran que insista, hasta este fin de semana, en que él ganó las elecciones en su país. A ella, que proclame desde una tarima, que hay que «repensar un diseño de país». Viene de gobernar 12 años -ella suma los años Néstor como propios- y pertenece al partido que administró el país durante 25 de los 37 años de la nueva democracia. ¿No le bastaron para diseñar algo, que ahora se queja? Me parece que no va a tener tiempo para eso. Debió ocurrírsele antes.

Vilma, la intrusa en el Senado

Conspicuos verdes como los cordobeses Ernesto Martínez -que dio el mejor discurso de ese sector en la sesión de 2018, así como Mayans dio el mejor de los celestes -, o Laura Rodríguez Machado, o el catamarqueño Oscar Castillo -que no firmó el dictamen, como se esperaba- han entrado en el cono de la duda. Juan Carlos Marino confirmó el No. Para no regalarle el triunfo al Gobierno, la oposición repite la estrategia Pinedo de 2018: no presentaron dictamen de minoría. Si el oficialismo no reúne los votos, el proyecto se cae y a otra cosa, mariposa. En la oposición de la Cámara hay un debate subterráneo. Un ala dura dice que los «verdes» de la bancada han perdido la perspectiva política, y ponen sus convicciones por encima del interés partidario.

Debería, desde esa perspectiva, valorarse más la ventaja de aguarle la fiesta al oficialismo, con abstenciones, ausencias, o apoyando un proyecto propio de despenalización, que fuera inaceptable para el peronismo. Esta fuerza tiene problemas en aliados como el rionegrino Alberto Weretilneck, que muestra disidencias con el proyecto oficial, que cree exageradamente permisivo. Reprocha que el proyecto permita, bajo ciertas condiciones, el aborto hasta el final del embarazo. También reclama más recaudos para asegurar la objeción de conciencia de los médicos. Vilma Ibarra –que conoce la cámara porque fue senadora- corrió en auxilio de su iniciativa. «Eso lo arreglamos en la reglamentación, diría. «Eso es inarreglable», respondería el rionegrino. «Lo arreglamos en el recinto», le ofrecieron. Si eso ocurre, el proyecto vuelve a Diputados, para tratarse el año que viene.

Ajustan por las partes blandas: los jubilados

La misma turbulencia enfrenta ese día el oficialismo en Diputados, con el proyecto de reforma de la fórmula de actualización de las jubilaciones. La bancada de Juntos por el Cambio tampoco presenta, hasta ahora, dictamen en minoría. Si el Frente de Todos no logra los votos necesarios, se cae lo que aprobó el Senado, y vuelve a tener vigencia la fórmula que había aprobado el Congreso en tiempos de Mauricio Macri. Es un proyecto chivo, porque todos admiten que es un ajuste por las partes blandas de la sociedad, los jubilados. En un país que prevé una inflación del 50% para el año que viene, actualizar por recaudación y por aumento de salarios es ignorar la realidad. Por lo menos debió preverse una cláusula gatillo para que se regulase también por inflación, si el aumento quedaba por debajo. En el mejor de los casos, esa fórmula, de aprobarse, puede golpear en un 20% la capacidad adquisitiva de las jubilaciones.

Picardías navideñas

El oficialismo juega con desprolijidades en este caso, que será objeto de un plenario de comisiones el próximo miércoles 23. Lo convocaron de urgencia, porque querían hacerlo el 28, pero se dieron cuenta de que debe dictaminarse 10 días antes de que terminen las sesiones. El plenario del miércoles requiere presencialidad, sin otras excepciones que las del decreto de distanciamiento. ¿Quién se viene a Buenos Aire el 23, con el riesgo de comerse la Navidad fuera de casa? Una mortificación que Sergio Massa, que ordenó el adelantamiento de una semana del debate en comisión, intenta amortiguar prometiendo plazas en aviones de Aerolíneas para una Navidad en paz. No quiere modificar la fecha de la sesión, el 29, confiado en que el público ese día va a poner los ojos más bien en el tema aborto en el Senado. La oposición quiere que se trate el 28, para despegarse de los tumultos.

El oficialismo parece tener los votos para arrancar la sesión de las jubilaciones, gracias a quienes sesionan en remoto, pero pelea todavía los votos para la aprobación. Los misioneros del peronismo muerden el freno después de que les vetasen el proyecto de zona aduanera, que les prometieron Massa y Alberto en el presupuesto. También cuentan con los votos de los diputados de Juan Schiaretti. Tienen bajas en cinco diputados del lavagnismo, más los dos que se fueron del bloque massista de José Luis Ramón porque no les cumplieron nada. Uno es Antonio Carambia, de Santa Cruz, ex PRO que se fue al peronismo este año. Insaciable, le duró poco el amor. Le cortó los teléfonos a Massa, pero no a Wado de Pedro, que soltó algunos ATN para el departamento de Las Heras, donde su hermano José María es intendente. Esa comarca se queja además de la desinversión de YPF.

También migró de esa bancada bisagra la tucumana Beatriz Ávila, esposa del intendente de Tucumán Capital, Germán Alfaro. Se queja de incumplimiento de acuerdos. Su bronca la llevó a abstenerse en la votación de Massa como presidente de la cámara, junto a la izquierda, que tampoco apoya al oficialismo en el proyecto previsional. Lo mismo se espera del riojano Felipe Álvarez, otro ex JxC que juega de líbero junto a Carambia. Pista pesada para el Espacio Atahualpa, grupo de pertenencia de Martín Guzmán –lo comparte con Sergio Chodos, Ricardo Arias, Rodrigo Ruete-. ¿Será por Yupanqui, el de las vaquitas son ajenas, o por el rey inca (Atahualpa = ave de la fortuna)?

Larreta-Negri, casi una fórmula

La oposición termina el año con vértigo de ajuste entre las tribus. Lo más importante lo mostraron Horacio Rodríguez Larreta y Mario Negri el viernes, en un zoom colectivo con participación de decenas de legisladores, jefes partidarios de Juntos por el Cambio y dirigentes de todo el país, y con más de 1.000 participantes directos. Es lo más federal que ha mostrado Larreta, y para muchos exhibirse durante una hora y media con Negri pareció un lanzamiento de fórmula. Larreta sostiene que a la oposición le conviene adelantar candidaturas. Ese diálogo atrajo a la militancia en proporciones poco frecuentes. Hasta la noche del domingo había tenido cerca de 100 mil contactos, si se suma la circulación que hubo en los sitios del jefe de Gobierno y los de Negri, organizador del encuentro.

Larreta teje un armado multipartidario, que recuerda aquella definición deliciosa de Chacho Alvarez sobre el peronismo como «una incógnita en constante evolución». Eso es el larretismo hoy; una formación del tipo «partito pigliatutti» o «catch-all party», que busca sumar adhesiones poniendo ese objetivo por encima del formato ideológico. Busca ensanchar el voto a su figura hacia los sectores moderados, como hizo en el encuentro en Remedios de Escalada con María Eugenia Vidal y un ala de dirigentes, entre quienes estaban Jorge Macri, Nestor Grindetti, Cristian Ritondo, Esteban Bullrich e intendentes como Julio Garro (La Plata), Diego Valenzuela (Tres de Febrero), Guillermo Montenegro (Mar del Plata) y el lugarteniente vidalista Federico Salvai.

Rosca de espejos con radicales en CABA y Buenos Aires

Esta franja busca diferenciarse, dentro de Juntos por el Cambio, de lo que representa hoy el armado de Gustavo Posse, que recibió en San Isidro en la misma semana, a Miguel Pichetto, en una ampliación hacia el peronismo republicano de su alianza -que ya cuenta con peronistas de Emilio Monzó, aliado en la CABA de Larreta-. En este tejido, también es aliado de Martín Lousteau, socio porteño de Larreta, para competir en la elección interna del radicalismo provincial contra el sector que sostiene Vidal en esa fuerza, el que representan Maxi Abad -jefe de los diputados del JxC en Buenos Aires-, y Daniel Salvador. Posse busca la presidencia de la UCR provincial en las elecciones internas del 21 de marzo, y postula como delegado al comité nacional -el órgano que decide la presidencia nacional del partido- a Pablo Domenichini (rector de la Universidad Nacional Guillermo Brown y ex viceministro de Alejandro Oscar Finocchiaro en la era Macri), y la emblemática Carmen Storani.

Ese armado con Pichetto dice que le asegura adhesiones en la primera, tercera, cuarta y octava secciones, junto a históricos como Federico Storani, Juan Manuel Casella y Ricardo Alfonsín. A este ala le brotó ahora en la CABA un frente que le disputará las elecciones internas para autoridades del partido, con el espacio que lanzó Jesús Rodríguez, Adelante Ciudad, con el apoyo remoto de Mario Negri y Luis Naidenoff, y las candidaturas a delegados al comité nacional de Luis Brandoni y Ricardo Gil Lavedra. Competirán con la tribu de Lousteau, patrocinada por Enrique Nosiglia, también padrino de la entente de Posse en la provincia, y la de Daniel Angelici. Este cruce de túneles y tuneleros describe una red de comunicaciones que distingue dos opciones bajo la misma carpa: la «big tent» de algunos teóricos. En Juntos por el Cambio, como en el peronismo, el mandato de unidad y de cancelar la disputa de liderazgos, es la clave para seguir en carrera. El que se mueve no sale en la foto, como decía Alfonso Guerra, para ilustrar la necesidad de mantener la unidad partidaria.

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